En los países árabes-musulmanes nos encontramos con que el estallido de la burbuja alimentaria ha interaccionado con una larvada crisis de tiranías que les está llevando a la ruptura con sus regímenes políticos. Todos tienen en común un poder de presión demográfico muy potente, un 68% de población joven, preparada y frustrada, que no puede ser absorbida por el mercado laboral, y que quiere estar en la modernidad y ha tomado conciencia de sus derechos. Así mismo, todas estas sociedades han acabado asimilando que tras décadas padeciendo regímenes opresores que socavan hasta sus posibilidades de movilidad social, de acceso a lo más básico y digno, sus vidas no evolucionarían jamás.

Han acabado relacionando la corrupción concentrada en la elite gobernante, llevada a extremos inadmisibles en forma de cleptocracia, con el empobrecimiento que padecen, y comprendido que es la causa principal de que la riqueza no se haya repartido entre la mayoría de la población. Décadas sufriendo sistemas de partido único, elecciones disfrazadas con muchas trabas, falta de libertades, represiones; mientras el turismo, la influencia de las inversiones extranjeras y de las migraciones, sobretodo contagiados por los vínculos con sus antiguas colonias occidentales, por no menospreciar el acceso a los medios digitales (hasta Wikileaks confirmó con detalles esos abusos y corrupciones rampantes), les han hecho comprender que otro modo de vida más digno es posible. Y gracias debemos dar en Occidente a esta eclosión de una sociedad civil en desarrollo, que no ve precisamente en el terrorismo ni en la religión su amparo, sino en la democracia como el mejor sistema posible de evolución. El tránsito de estos países hacia la democracia nos va a beneficiar a todos, tendremos vecinos más estables y el terrorismo islamista no tiene condiciones de supervivencia bajo sistemas democráticos, más bien en los Estados frágiles.

Otra cosa es que partidos islamistas, dentro del juego democrático, lleguen a formar parte de un gobierno, que en todo caso sería elegido libremente por los ciudadanos, a los que habría que tolerar, y no tendrían porqué suponer un desmán si están controlados por los contrapesos de la división de poderes, del Estado de derecho y la oposición. Tampoco las opciones islamistas son mayoritarias y en muchos casos representan solo a entre el 15 y el 20% de la sociedad.