Luis M. Alonso

valencia

La dinastía política más famosa del siglo XX sigue arrojando a sus hijos a la hoguera pública. Joseph Kennedy III, de 31 años, renunció el viernes a su cargo de fiscal y emprendió el camino para ganar el escaño por Massachusetts que un veterano congresista demócrata Barney Franck ha dejado vacante después de tres décadas. Joseph es nieto de Bobby Kennedy, asesinado cuando aspiraba a la candidatura demócrata. Un tío abuelo suyo, John Fitzgerald (JFK), cayó abatido a tiros en Dallas (Texas), en 1963. En 2013 se cumplirán cincuenta años de aquello y el caso todavía encierra actualidad: el pasado noviembre, unas cintas radiofónicas revelaron nuevos datos sobre conversaciones mantenidas en el avión presidencial inmediatamente después del magnicidio.

La muerte de otro de los hermanos, Ted, por causas naturales, en 2009, y la retirada en el 2010 del hijo de éste, Patrick, ex representante por Rhode Island, dejó por primera vez a los Kennedy sin un cargo electo en el Congreso o en el Senado en 64 años.

Joseph Kennedy III, además de llamarse igual que el patriarca del clan, guarda un extraordinario parecido con él, y lo mismo que el fundador, que su abuelo y su tío abuelo tiene el pelo iluminado por el sol, algo que le impide ocultar la ascendencia irlandesa. Más de uno cree que su determinación le llevará por lo menos a igualar los doce años que su padre, Joseph Kennedy II, ejerció de congresista en el Capitolio. Habla español, estudió Ingeniera Industrial en la Universidad de Stanford y Derecho en Harvard. Hasta ahora había hecho carrera en la Administración de justicia y nunca se había presentado para cargo público.

Mucho antes de que la dinastía empezase a declinar, la leyenda negra de los Kennedy ya había engordado lo suficiente. Desde las conexiones mafiosas de Joseph, el patriarca, hasta el optimismo democrático emanado por Camelot.

Esto último impidió a muchos americanos darse cuenta del engranaje de sobornos, difamaciones y engaños llevados a cabo por los Kennedy para que JFK se impusiese a su competidor demócrata Hubert Humphrey, que en vez de un avión privado, el famoso Caroline, disponía de un autobús con un calentador roto para desplazarse de un lugar a otro del país durante la campaña.

Aquel buen hombre, honrado y conocedor de los problemas del americano del Medio Oeste y activo luchador por los derechos civiles, había dedicado unos cientos de dólares ahorrados para la educación de su hija a costear el anuncio final de campaña mientras que los mejores publicistas de Madison Avenue bombardeaban incansablemente mensajes sobre la sonrisa profidén del candidato Kennedy.

Al final, Humphrey, aturdido por las promesas de su rival y la maquinaria en contra, comparó su lucha a la de una tienda de la esquina contra una cadena de supermercados.

Virginia Occidental era un estado de granjeros dominado por electores protestantes. Humphrey, senador por Minnesota, no tenía más remedio que ganar allí. Se valió de la religión para distanciar al católico Kennedy de los votantes pero no resultó. JFK ganó la primaria decisiva, no sin sospechas de fraude.

Métodos polémicos

Más tarde se supo cómo los Kennedy habían desviado grandes cantidades de dinero hacia el estado, buena parte de él procedente de Chicago, para utilizarlo en la compra de votos. Sam Giancana, un mafioso de la Ciudad del Viento, discípulo de Capone, se había encargado personalmente de convencer a los sheriffs de los condados que controlaban la maquinaria electoral, según consta en documentos desclasificados por el FBI años después.

Hal Lavine, un veterano cronista político, le preguntó a John Kennedy, en Charleston, tras bajarse del Caroline, qué iba a hacer para convencer a los escépticos de que no era sólo otro niño bonito de Harvard y Kennedy le respondió: "Bueno, para empezar voy a ganar por huevos en Ohio". Y lo hizo.