Amaneció gris en la ciudad de la luz. Con una ligera llovizna que parecía querer fundirse con los rostros desencajados de los parisinos en las colas de las panaderías, en las aceras solitarias, en una atmósfera casi irreal. «Esta mañana París estaba vacía y nunca lo está. Significa que la gente tiene miedo», afirma el aclamado compositor e intelectual francés Pierre Thilloy, director artístico de la Orquesta Lamoureux. Un aspecto palpable en los ojos de los transeúntes, en sus miradas nerviosas, huidizas, reacias a cruzarse con extraños.

París vivió ayer sus primeras horas en estado de emergencia, con las principales atracciones turísticas cerradas y patrulladas por policía y ejército. El símbolo universal de la capital gala, una totalmente vacía Torre Eiffel, ejemplificaba el shock que han causado los atentados del viernes. Las flores en la Plaza de la República mostraban, asimismo, la profundidad de la herida infligida. La ciudad empieza a digerir la sombra que planeaba desde los primeros instantes de horror: el Estado Islámico parece estar detrás de la peor matanza en Europa occidental desde el 11-M en Madrid.

«La voluntad de estos atentados es provocar el odio interracial en Francia para provocar un conflicto», afirma Thilloy. Basa su aseveración en una anécdota vivida cuando se dirigía al encuentro con este redactor. Un comentario cazado en plena calle que ilustra la peligrosa mezcla de miedo y necesidad de revancha en una parte de la sociedad gala. «He oído a un hombre decir que por cada francés asesinado habría que matar a 10.000 musulmanes. Es evidente que estos ataques van a dar alas a los radicales xenófobos y el único beneficiado puede ser el Frente Nacional», asegura el compositor.

Cientos de reservas anuladas

Hay otras anécdotas que ayudan a entender el estado mental en el que ha quedado París. Hasta hace pocos días, era usual encontrar en las paradas de metro un cartel promocional de una película titulada «Made in France». Dicho cartel ilustraba un fusil Kalashnikov fusionado con la Torre Eiffel, y además la película en cuestión planteaba la posibilidad de un atentado en la ciudad. Ayer esos carteles ya habían sido retirados.

No son sólo los museos, librerías y templos los que pagan las consecuencias. En los hoteles empiezan a asumir con resignación los cientos de reservas anuladas, incluso congresos que ya no se van a realizar ante la atmósfera de inseguridad que se ha adueñado de cada rincón, aunque el ejecutivo galo insiste en celebrar la Cumbre del Clima que ha de empezar a finales de mes.

La conmoción era generalizada desde primera hora de la mañana, cuando muchos residentes acudieron a trabajar y cambiaron sus hábitos, como Sandra, una joven española empleada en un hotel que decidió coger un taxi por la ansiedad que le ocasionaba meterse en el metro. «Esto ha sido mucho peor que el ataque contra Charlie Hebdo, parece una guerra», musitaba. La sensación de que, en efecto, se ha tratado de un acto de guerra es la tesis defendida por el Gobierno francés, que anuncia que será «implacable en la respuesta».

Para Thilloy, Francia y Europa están «pagando el precio de haber dejado enquistarse la guerra en Siria». «La forma en la que consumimos las noticias parece haber insensibilizado a los europeos sobre el terror cotidiano que se vive fuera de la burbuja de la UE», dice.

Asegura el intelectual galo que al contrario de lo que se dice desde determinados ámbitos, «no se trata de una guerra de civilizaciones», si no que en Occidente «vivimos las consecuencias de haber vivido al margen de las desigualdades crecientes en el mundo». «Estamos viviendo una guerra poliédrica y muy compleja cuya causa última es la desigualdad». Y es precisamente en ella donde hay que buscar, sostiene, «la razón por la que los movimientos radicales han crecido tanto en los últimos años,-y añade-, resulta evidente que la llamada «Guerra contra el Terrorismo» lanzada en 2001 está siendo un fracaso, porque sus verdaderas motivaciones fueron económicas, el control del petróleo en Oriente Próximo».

«Solo quiere que vuelva su padre»

Ni siquiera los más pequeños han quedado ajenos a la tragedia. El hijo de Thilloy, Matheo, de sólo 9 años, espera en casa la vuelta de su padre. «Ha llorado mucho desde que se ha enterado de lo que ha pasado. Sólo quiere que su padre vuelva a casa», cuenta el compositor, que el pasado septiembre estrenó su última obra, titulada «Exilio». Una obra estrenada en plena crisis de refugiados y en la que el artista francés quiso expresar que la destrucción de un pueblo no es un asunto aislado, sino global.

«A la larga el exilio que estamos viendo de sirios o africanos no hace más que anteceder al nuestro», afirma. «Es lo que la gente no entiende. Hasta que los problemas no llaman a nuestra puerta no somos conscientes del nivel de colapso mundial al que estamos llegando».

Thilloy intentó explicar al pequeño Matheo el por qué de una obra como «Exilio», que trata de tender puentes entre culturas. Ahora, lamenta, si vuelve a casa inmediatamente, le estará demostrando que el miedo también le ha hecho exiliarse. Por eso se quedará en París, como si el concierto que su orquesta había programado para hoy con la soprano valenciana Erika Escribá Astaburuaga en el Teatro de los Campos Elíseos no se hubiera cancelado. Un concierto cuya base era la unión de estilos musicales con autores franceses y españoles hasta azeríes y que ahora el zarpazo terrorista ha silenciado.