El vídeo se ha hecho viral en las redes sociales. Un joven en la Plaza de la República de París con los ojos tapados por un pañuelo, de pie con los brazos abiertos y un cartel a sus pies que reza: «Soy musulmán pero dicen que soy un terrorista. Yo confío, ¿confías tú en mí? Si lo haces, demuéstralo con un abrazo». A lo largo de casi dos minutos que condensan varias horas, se suceden los abrazos. Al final, el joven, entre aplausos, se quita el pañuelo, da las gracias, expresa su dolor por las víctimas de los atentados del 13-N y afirma, emocionado, que «un terrorista es alguien que mata por nada. Un musulmán nunca haría eso, nuestra religión lo prohíbe». Es sólo un vídeo, pero ilustra cómo se sienten los franceses musulmanes tras la matanza perpetrada por comandos del autodenominado Estado Islámico (EI) la semana pasada en la capital gala.

El director de la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF), Kotbi Abdelkebir, resume para Levante-EMV el sentir de los musulmanes franceses. «La comunidad musulmana forma parte indisoluble de la sociedad francesa y por tanto estamos muy afectados, horrorizados», ya que, sostiene, han vivido estos atentados «como una amenaza a la unidad nacional». Así, lamenta que con cada nuevo atentado «la comunidad musulmana ve afectados en cierta medida sus derechos», porque «los musulmanes se ven obligados a hacer mucho esfuerzo para explicar que no se les mezcle con los radicales minoritarios del EI». Y sentencia rotundo: «Los musulmanes de Francia y Europa van a estar al frente de la lucha contra el extremismo».

Señalados

En pleno Barrio Latino, en el 5.º distrito, se levanta la Gran Mezquita de París. Se trata de un edificio levantado en 1926 en homenaje a los musulmanes muertos por Francia durante la I Guerra Mundial y emula a la mezquita de la ciudad de Fez en Marruecos.

Es martes por la tarde. Han pasado cuatro días desde los sangrientos atentados que han sumido París en un clima de tensión y miedo y la calle que conduce a la puerta principal del templo está prácticamente vacía. Un policía fuertemente armado custodia la entrada. A pocos metros hay más agentes dentro de un furgón. Hay muy poca presencia de periodistas y los escasos fieles que acuden al rezo a la caída del sol aprietan el paso para no hablar ante la prensa.

La mayoría rechaza educadamente hacer declaraciones, como una mujer que insiste en no dar su nombre ni ser fotografiada, ya que a causa de sus rasgos árabes teme ser objeto de alguna agresión. Reconoce haberse sentido observada en el metro, y con la mano en el pecho expresa su «profundo dolor» por lo sucedido. «Espero que algún día acabe esta locura», dice mientras se marcha.

Otros, sin embargo, quieren hablar. Munir, un joven de 27 años asegura que todavía tiene miedo «sobre todo cuando suena una sirena». El 13-N iba a ir con unos amigos al bar Le Carillon -uno de los atacados-, así que el atentado le ha causado una enorme impresión. Emocionado, reconoce también haber sido objeto de miradas cargadas de suspicacia en el metro. «Lo entiendo, es una reacción natural del miedo», dice con una mezcla de tristeza y resignación. Se despide visiblemente afectado, y se detiene para saludar al gendarme que protege la mezquita de posibles ataques, agradeciéndole su presencia.

Temor a la islamofobia

No en vano hay policía en al menos 600 mezquitas de Francia. La vigilancia en lugares de culto es parte del plan especial antiterrorista «Vigipirate» puesto en marcha tras los atentados del pasado enero. En el caso de las mezquitas se trata de prevenir represalias de grupos ultras. Tras los atentados en el semanario Charlie Hebdo los ataques de corte islamófobo aumentaron un 70 %. De hecho desde el 13-N ya se han producido varios ataques a mezquitas francesas.

Así, en Créteil un templo apareció con varias cruces ensangrentadas pintadas; en la localidad de Pontarlier se escribió en una pared de la mezquita «Francia para los franceses» y en Oloron-Sainte-Marie, en los Pirineos, la pintada en el recinto islámico rezaba «Francia despierta».

Para Abdelkebir esta presencia policial «nos tranquiliza y al mismo tiempo demuestra que los musulmanes merecemos y necesitamos ser protegidos, lo que encierra un sentimiento desagradable de inseguridad y tristeza». Aún así, afirma, «debemos plantar cara al terror todos juntos y demostrar que es posible y enriquecedor vivir juntos». A nadie se le escapa que los atentados del 13-N han provocado un shock generalizado en la sociedad francesa y el sentimiento entre los musulmanes de estar señalados, pues la mayor parte del comando terrorista estaba compuesto por franceses radicalizados.

El temor a un posible auge de la islamofobia es también motivo de preocupación para el presidente de la ONG SOS Racismo de Francia, Dominique Sopo, que el pasado martes declaraba en el diario Le Parisien que «hacen falta palabras firmes por parte del Estado y las asociaciones civiles para evitar una fractura social que llegue a ser irreparable». Desde la UOIF también han pedido al Ejecutivo galo que no se baje la guardia ante la islamofobia, aunque Abdelkebir sostiene que «son casos aislados y por lo tanto no hay que dramatizar ni se puede decir que la sociedad francesa es racista».

El dirigente de la UOIF defiende las nuevas medidas de seguridad adoptadas de urgencia por el Gobierno francés porque «todo lo que sea aumentar el control es una buena noticia para anticiparse antes de que los terroristas pasen a la acción». No obstante, lanza una sutil pero acerada crítica. «Evidentemente no debemos excedernos y traspasar los límites, como reducir las libertades y derechos de algunas personas por su origen o religión».

Población en aumento

Por su parte Minhaj Chowdhury, un inmigrante bangladesí de 26 años que vive en el barrio de Saint Denis -donde el miércoles las fuerzas de élite galas abatieron al cerebro de los ataques, Abdelhamid Abaaoud-, se enteró de los atentados, como muchos franceses, por la televisión. «Estaba viendo el partido entre Francia y Alemania y no me lo podía creer. Salí de mi país por el miedo a los terroristas y ahora tengo miedo aquí», señala. «Nadie sabe qué va a pasar ahora», afirma. «Odio a los terroristas. No son musulmanes. Espero que los cojan y castiguen», dice.

Antoine, un joven de 20 años converso al Islam desde hace año y medio, reacciona con vehemencia al ser preguntado. «No quiero justificarme en mis creencias por los crímenes que cometen unos locos», afirma. «No hay justificación ninguna para lo que ha sucedido, una amiga ha perdido un brazo en los ataques», dice. «Los terroristas distorsionan el mensaje de la religión», sentencia.

Según los datos del informe del Pew Research Center relativo a 2015, aproximadamente el 7,5 % de la población francesa, es decir, unos 4.710.000 personas son musulmanes. De hecho, Francia acoge porcentualmente a la mayor comunidad musulmana de Europa occidental. Una comunidad que en el continente crece a un ritmo de un 1 % por década, desde el 4 % calculado en 1990 al 6 % estimado en el año 2010. Según las proyecciones de dicho estudio, los fieles musulmanes serán un 8 % de la población europea en el año 2030.

La complejidad de la integración

Francia, debido a su pasado colonial y a su condición de metrópoli, acoge en su seno a una amplia comunidad inmigrante desde hace generaciones, de la que los musulmanes son una amplia mayoría. Su origen, la manera en la que viven su fe y su nivel de integración en la sociedad son igualmente diversos y complejos.

Sin embargo largos segmentos de esta población viven en barrios considerados marginales. Según un estudio de la Agencia de Estadística Francesa de 2013, la tasa de desempleo entre la población de origen inmigrante era del 17,3 %, mientras que para la no-inmigrante era del 9,7 %. Existe, por tanto, en parte de su juventud un sentimiento de exclusión, de falta de expectativas de futuro y de discriminación que les hace especialmente vulnerables a la manipulación de los captadores yihadistas.

Un cálculo conservador del Gobierno francés estima en unos 700 los franceses enrolados en las filas del EI en Siria e Irak -el mayor contingente europeo-, de los que más de 200 habrían retornado al país. ¿Qué mueve a estos jóvenes a acabar abrazando el camino de la violencia? Para Abdelkebir «es cierto que el extremismo es un fenómeno que se produce fundamentalmente en la juventud pero no hay que olvidar que es un hecho minoritario».

Para explicarlo hay que tener en cuenta varios factores. En primer lugar, afirma, la captación de estos jóvenes no se realiza en las mezquitas, si no por Internet. Así, sostiene que «esta gente no va a las mezquitas. La mayoría son delincuentes que pertenecen al mundo de la droga y que desgraciadamente han pasado por las prisiones, donde son reclutados», señala.

Una afirmación que ha corroborado la exmujer de uno de los suicidas de París, Ibrahim Abdeslam, que se hizo explotar el 13-N ante el café Comptoir Voltaire hiriendo a tres personas. Naima describió a su exmarido como un desempleado que «se pasaba los días fumando cannabis sin ir nunca a la mezquita y que celebraba el Ramadán por imposición familiar».

El factor principal de reclutamiento, según Abdelkebir, es «la falta de escolarización, la ausencia de un buen entorno familiar, la desigualdad que impera en una sociedad en la que algunos sectores no pueden acceder a puestos de trabajo limitándoles las posibilidades de encontrar un camino donde desarrollarse como individuos». «Vivimos en un mundo con una gran desigualdad e injusticia -añade- que alimenta sentimientos de rechazo en esta gente que por sus circunstancias no está inmunizada contra la influencia de los líderes radicales y se acaban convirtiendo en sus instrumentos de terror», lamenta.

La importancia de la educación

La gran cuestión es, por tanto, cómo evitar esta radicalización. Desde la UOIF, dice Abdelkebir, llevan años trabajando para contrarrestar el mensaje extremista tanto en mezquitas como en prisiones. «La educación es la solución», afirma. «Introducir en los diferentes programas educativos las diferentes culturas y religiones, el respeto del otro, la tolerancia. Conocer las características del otro y verlo como una riqueza y no como una amenaza».

Y sentencia: «Si no conocemos al otro en su filosofía, en su espiritualidad, es más difícil empatizar. Es necesario hacer entender que las desigualdades y las injusticias son el alimento de los extremistas. Es hora de gritar juntos contra las injusticias, de intentar suprimirlas, por supuesto, de manera pacífica».