Michel Temer asumirá hoy la presidencia de Brasil tras la decisión del Senado de apartar a Dilma Rousseff y lo hará con el desafío de terminar los deberes dejados a medias por la jefa de Estado, entre los que prima el hercúleo reto de levantar una economía en caída libre.

En la lista de tareas imprescindibles, Temer deberá recuperar la confianza de los inversores y de los mercados financieros, desencantados con la política poco ortodoxa implementada por Rousseff, separada hoy de su cargo por la Cámara Alta para iniciar un juicio político con vistas a su destitución.

Como presidente interino, Temer toma las riendas de un país con una economía totalmente noqueada, que el año pasado se contrajo un 3,8 % y que podría caer otro 3 % en 2016, ahogándose así en su peor recesión desde 1930.

Temer asume una herencia maldita en cuestión de números, especialmente en las cuentas públicas del país, que en 2015 registraron un déficit fiscal primario de 111.249 millones de reales (unos 32.000 millones de dólares).

El Ejecutivo espera este año una cuenta negativa de cerca de 100.000 millones de reales (unos 28.000 millones de dólares), lo que supondría el tercer año consecutivo en números rojos y un agravaría de la deuda pública, que se sitúa ya en torno al 67 % del Producto Interior Bruto (PIB).

Para restaurar la salud de las finanzas, Temer se ha comprometido a aplicar un ajuste fiscal, el mismo que su antecesora Rousseff intentó llevar a cabo sin éxito por la fuerte oposición que encontró en el Congreso y en sus propias bases.

Temer podría delegar esa misión a Henrique Meirelles, el jefe del Banco Central durante el gobierno del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y un experimentado exbanquero de Wall Street que cuenta con el beneplácito del mercado financiero.

El eje central del paquete de austeridad pasará por la reducción de los gastos públicos, comenzando por un corte significativo en el número de ministerios, según han adelantado legisladores próximos a Temer.

Para engrosar las cuentas, también podría recurrir a las privatizaciones de "todo lo que sea posible" en materia de infraestructura, como fue adelantado recientemente en un documento titulado "Travesía social" y que cuenta con el visto bueno de Temer.

Otro de sus caballos de batalla será la reforma del sistema de pensiones, una propuesta que la propia Rousseff intentó plantear en el Congreso, pero que contó con una fuerte resistencia por parte de su propio partido.

En la lista de innumerables asuntos pendientes en materia económica también figura el combate a la inflación, que en 2015 cerró en el 10,67 %, el mayor nivel en los últimos 13 años, aunque ha comenzado a desacelerar durante 2016.

El alza de los precios ha golpeado el consumo de las familias, que durante años fue uno de los motores que hicieron girar la rueda económica del país, y ha obligado a las autoridades monetarias a elevar fuertemente los tipos de intereses.

Como un pez que se muerde la cola, el enfriamiento de la economía y la incertidumbre política se han ensañado con el desempleo, que ha aumentado sin tregua, hasta los 11,1 millones de parados.

Pero su éxito no depende sólo de sus maniobras en materia de números, sino de las piezas que se vayan moviendo en un tablero político salpicado por corrupción.

Para llevar adelante los proyectos, Temer deberá tejer fuertes alianzas parlamentarias, las mismas que hicieron a Rousseff perder el rumbo de su Gobierno y la precipitaron hacia el abismo político.

De la conspiración entre bastidores a la Presidencia

Frío, calculador y con una gran experiencia política, Michel Temer ha sabido aprovechar el poder que tejió entre bastidores durante décadas para saltar a la Presidencia de Brasil en el lugar de quien fuera su aliada y le abriera las puertas del Gobierno, Dilma Rousseff.

Michel Miguel Elias Temer Llulia, abogado constitucionalista, católico y descendiente de una familia de origen libanés, apenas arrastra el 3 % de intención de voto, según las encuestas, pero ha jugado hábilmente sus cartas para ocupar, de momento de forma interina, el sillón de Rousseff.

A sus 75 años, el líder del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el más importante del país, asume el desafío de calmar el huracán político que ha desembocado en el impeachment contra Rousseff, mantener las alianzas que le han facilitado el ascenso al poder y, sobre todo, reconducir la economía y recuperar la confianza de la sociedad brasileña en su desprestigiada clase política.

Temer asume interinamente tras acompañar a Rousseff como vicepresidente desde 2011, liderar durante quince años el PMDB y ocupar tres veces la presidencia de la Cámara de Diputados, una dilatada experiencia política que le permitió cultivar un importante caudal de influencia en la sombra.

Entre sus atribuciones como vicepresidente, rezaba hasta hoy la página oficial del PMDB, figuraba "la defensa de los intereses nacionales en foros, encuentros y negociaciones internacionales".

Pero Temer sintió que Rousseff le ignoró y no le permitió ni siquiera cumplir con las tareas básicas ligadas a la vicepresidencia; renunció a articular los vínculos entre el Gobierno y el Congreso y blanqueó su distanciamiento con la mandataria en una polémica carta que fue el preludio de la tormenta que se desató después y que ha terminado, temporalmente por ahora, con la Presidencia de Rousseff.

"Siempre tuve ciencia absoluta de la desconfianza de la señora en relación a mí y al PMDB", denunciaba el pasado diciembre en una carta en la que acusaba a Rousseff de tratarle como un "vice decorativo", "un accesorio" que "solo fue llamado para resolver las votaciones del PMDB y las crisis políticas".

La ruptura entre ambos era ya casi definitiva. Apoyándose en uno de los políticos brasileños más polémicos y cuestionados, Eduardo Cunha, presidente de la Cámara de Diputados -imputado por desvíos y lavado de dinero-, Temer terminó de perfilar su asalto al poder.