“¿Qué te parece Donald Trump?” La pregunta, formulada a una escolar estadounidense de doce años recibe una curiosa respuesta: “Es el primer presidente naranja”. “¿Naranja?”: “Sí claro, tuvimos uno blanco (la niña se refiere a G. W. Bush, bajo cuyo primer mandato nació); otro negro y ahora uno naranja, el próximo será verde”. Y se queda tan ancha. Lo del naranja tiene su miga: “Es naranja porque su piel tiene el color que dejan las cremas autobronceadoras y el pelo hace juego”.

Nada que objetar, en cuestiones cosméticas nunca discuta usted con una preadolescente curtida en los looks de Olivia Palermo y las novedades que llegan a la sección de belleza de Macy´s. Así que Trump es naranja y miren, esta brillante estudiante, partidaria de Hillary durante la campaña, no anda descaminada. Naranja es el color de Florida, el estado donde el magnate arrasó en las primarias -cuando el FBI aún no había intervenido en los mails de Hillary- y en la noche electoral del pasado martes.

En el estado naranja, gran productor de naranjas, tiene Trump hoteles y clubes de golf, como el Doral de Miami y el megalujoso Mar-a-Lago de Palm Beach, la auténtica milla de oro de una península que los españoles vendieron por miedo a los caimanes de los Everglades. Dorado-anaranjado es la tonalidad de muchos de los edificios del imperio Trump, entre ellos la torre de Park Avenue que dejará resignado para vivir en la Casa Blanca, tan alejada del barroquismo estético familiar.

Trump llegará a Washington para trabajar sin sueldo, lo mismo hizo Kennedy. Los dos están en la lista de los diez presidentes más ricos de la Historia, en la que también figuran Bill Clinton y los Bush. El mandatario electo renuncia a 400.000 euros anuales y promete bajar impuestos a la clase media, reducir el astronómico gasto militar cerrando bases y poner en marcha un ambicioso plan de infraestructuras que creará empleo y modernizará el país. Falta hace. Las carreteras estadounidenses, entre ellas la US Route 1 (coloquialmente US One), construida en 1926, que nace en Florida y acaba en Maine, se han quedado viejas y obsoletas. Lo mismo pasa con los puentes y los llamativos postes de la luz de madera, presentes en los barrios más lujosos.

Donald J. Trump pretende emular a Roosevelt y diseña otro “new deal” (nuevo acuerdo), como aquel conjunto de medidas económicas que fueron puestas en marcha entre los años 1933 y 1937 para acabar con la gran depresión. Ese nuevo acuerdo tenía como base un fuerte intervencionismo del Estado, lo mismo que preconiza Trump y que en Europa es percibido como una amenaza. En realidad lo es. Trump quiere proteger el trabajo estadounidense y es llamativo que lo haga un hombre que tiene cuantiosas inversiones en Europa y en el resto del mundo.

Tal vez la UE, tan preocupada por el futuro del TTIP que nadie quería y ahora todo el mundo llora, debería tomar nota y cuidar un poco más su propio tejido productivo. Ese fue, al fin y al cabo, el motivo que inspiro a la Comunidad del Carbón y el Acero, que luego derivó en la Comunidad Económica Europea. El proteccionismo tampoco es nuevo en los EEUU, uno de los países que más miman a su agricultura y a su ganadería con medidas que hacen palidecer a una PAC que parece diseñada para cargarse el sector primario, al menos en España. El propio Obama puso en marcha la Farm Bill que garantiza una renta mínima a los ganaderos.

En Bruselas como salvación al sector la ocurrencia es un plan de subvenciones para incentivar la reducción de la producción. Ejemplos parecidos pueden extrapolarse a la banca y a la industria. Otra de las propuestas de Trump es hacer que las grandes corporaciones paguen impuestos en el país, así como acabar con los paraísos fiscales de Delaware y Nevada.

En Bruselas están de los nervios y no es sólo por esa foto de Trump con su amigo Nigel Farage, el padre político del Brexit. El colmo ya sería que el soccer (nuestro fútbol), que lleva años luchando para codearse con el fútbol americano, llegué a triunfar realmente como deporte de masas al otro del Atlántico y que para rematar Ivana, la primera exprimera esposa, logré su objetivo de ser coronada embajadora en su natal República Checa. La verdad, Jean Claude Juncker tiene sobrados motivos para estar muy preocupado.