Fidel Alejandro Castro Ruz (Birán, 1926-La Habana, 25 de noviembre de 2016) era su nombre completo, pero desde que triunfó la revolución contra el régimen de Fulgencio Batista en 1959 y ascendió al poder en Cuba, era «el Comandante» Fidel. Su muerte en la madrugada de ayer causó gran impacto en su país y fuera de sus fronteras. Fidel Castro era el último dirigente histórico del comunismo, el último de los grandes protagonistas de la Guerra Fría, el último de los grandes líderes mundiales fallecidos al nivel de Nelson Mandela, Yaser Arafat o el papa Juan Pablo II. Testigo y en ocasiones protagonista de acontecimientos marcados a fuego en la memoria colectiva, como la crisis de los misiles de 1962 que a punto estuvo de causar una guerra nuclear entre EE UU y la URSS, gobernó 47 años Cuba con mano de hierro y siguió siendo un referente del régimen después de que, ya enfermo, entregara el mando a su hermano Raúl el 31 de julio de 2006. Con su fallecimiento desaparece el último gran icono del siglo XX.

Paradojas de la historia, su fallecimiento se produjo justo 60 años después de que el 25 de noviembre de 1956, junto a 82 idealistas jóvenes cubanos y un argentino llamado Ernesto «Che» Guevara se embarcara desde México en un viejo barco llamado Granma para iniciar la revolución que le llevaría a al poder en Cuba en 3 años de lucha guerrillera en la Sierra Maestra.

Pocos podían imaginar que el hijo de un emigrante gallego que terminó de terrateniente, Ángel Castro, pasara de Birán, una de las zonas más empobrecidas de Cuba, a acaudillar un estado de base marxista-leninista que acabaría sirviendo de modelo para la mayor parte de los movimientos guerrilleros suramericanos de los años 60, 70 y 80 del pasado siglo y cuya derrota obsesionó a EE UU durante décadas.

Hasta once inquilinos de la Casa Blanca llegaron y se fueron sin ver caer a Castro. Desde Dwight Eisenhower a Barack Obama, pasando por John F. Kennedy, Ronald Reagan, Bill Clinton y George W. Bush. Y es que el dirigente cubano fue durante la Guerra Fría la «bestia negra» de la CIA, que no vaciló en apostar por su eliminación.

El propio Castro se jactaba de haber sido objeto de más de 600 planes de asesinato por parte de la inteligencia estadounidense. Además de planes generales para derrocar al régimen cubano como la fracasada invasión de Bahía de Cochinos en 1961, la CIA ideó varios complots que fueron en parte investigados entre 1975 y 1976 por un Comité del Senado estadounidense presidido por el demócrata Frank Church. Algunos presuntos complots revelados por este comité apuntan a que la CIA planeó incluir a la mafia, que aún tenía contactos en Cuba de la época de Batista, para matar a Castro con cápsulas de veneno. Los planes del proyecto ZR/RIFLE fueron parcialmente desclasificados en la década de 2000.

Bloqueo económico y represión

La severidad paterna unida a la formación que recibió de los jesuitas en uno de los mejores colegios de La Habana influyeron decisivamente en el carácter de Fidel Castro, aunque fue en la Universidad de La Habana donde se formó como líder estudiantil mientras cursaba la carrera de Derecho.

Su polémica personalidad, que reveló desde joven, quedó patente cuando advirtió que sólo buscaría el juicio de la historia. «Condenadme, no me importa, la Historia me absolverá», fue la frase que pronunció en 1953, con 27 años, ante el tribunal que lo condenó por el asalto al cuartel de Moncada, su primera acción armada contra la dictadura de Fulgencio Batista.

Si hay un factor que define la deriva autoritaria del régimen cubano y que explica que Fidel Castro se mantuviera en el poder más de 40 años -aparte del eficaz aparato de represión-­, este es el embargo económico impuesto contra la isla por EE UU, enmarcado en plena Guerra Fría y que acabó decantando a Cuba hacia la URSS, de la que recibió ayuda militar y económica hasta su colapso en 1991. Fue entonces cuando el régimen se enfrentó a su mayor crisis, conocida como «período especial». El ascenso de Hugo Chávez y su revolución bolivariana en Venezuela a partir de 1999 contribuyó a paliar la soledad del régimen cubano, que encontró en Caracas a su mayor sostén y aliado.

Castro aprovechó el bloqueo estadounidense para imponer un estatus de «plaza sitiada» con el que justificó decisiones controvertidas, así como la represión a disidentes acusados siempre de ser mercenarios de Washington. Sin embargo, Fidel Castro vio en sus últimos días cómo su enemigo y su propio país, bajo el mandato de su hermano Raúl, daban un giro histórico el 17 de diciembre de 2015 para restablecer relaciones diplomáticas después de más de medio siglo de enfrentamiento. Un deshielo que se enfrentará a una auténtica prueba de fuego cuando Donald Trump entre en la Casa Blanca el próximo enero.