En las escasas ocasiones en las que Melania Trump ha hablado en público ha quedado patente su inglés horrible, con marcado acento extranjero. Ha sido criticada por ello y la verdad es que llama la atención que su marido, el presidente, no haya corregido las carencias lingüísticas de la primera dama, que si bien, nunca se expresará con acento de Boston -tampoco él lo tiene-al menos podría emular la jerga de Queens, el barrio de clase media del que procede su esposo.

Sorprende que Donald Trump, que en dos días ha borrado de un plumazo el español de la web de la Casa Blanca, que por decisión de la Administración Obama, era bilingüe, no haya tomado medidas en su propio hogar.

El uso exclusivo del inglés, un tesoro que los anglosajones cuidan como oro en paño como generador de numerosos beneficios económicos, va también en ese pack de doctrina Monroe interpretada al modo 'Trumpista': América para los americanos y el idioma de Shakespeare -¿Habrá leído el presidente al menos un soneto del escritor?- único cauce de comunicación para vivir y trabajar en los Estados Unidos.

El español, segunda lengua más empleada en el país, con cuarenta millones de usuarios, pierde la batalla, tras los ocho años de Obama compartiendo protagonismo con el inglés, al menos de cara a la galería, Ahora bien, lo que ha hecho Trump es lo mismo que muchos emigrantes latinos llevan años realizando con hijos y nietos, que apenas hablan castellano, precisamente para no ser considerados extranjeros. Salvo en Miami, con características peculiares por el peso del exilio cubano y un alto porcentaje de población flotante hispana, y en zonas fronterizas con México, en el resto del país hablar español sigue siendo “de segunda”, hasta el punto de que no hay madre hispana o española de clase alta que se precie que en la puerta del colegio -aunque sea en el jesuítico Belén-no hable con sus hijos en inglés, a pesar de que la nannie se dirija a ellos en “spanglish”. Ahora la situación empeorará más aún. En cierto modo el fracaso es de Obama, que no logro dar al español un estatus que le acercase un poco al prestigio del inglés.

En Estados Unidos, donde circulan hasta 300 idiomas, no hay lengua oficial, -tampoco en el Reino Unido, aunque el inglés sí cuenta con esa consideración en 31 estados. Trump secunda las tesis de movimientos como 'English-only' (Sólo inglés), que reclama desde hace años la oficialidad del inglés en todas las cuestiones federales. Los opositores a la oficialidad se amparan en los principios de diversidad y libertad sobre los que se fundó el país a fines del siglo XVIII.

El debate es bastante antiguo. En 1753 Benjamin Franklin expresaba sus temores de que la creciente población de origen alemán hiciera que el inglés se convirtiera en lengua minoritaria. En 1919, el presidente Theodore Roosevelt aseguraba que en el país "sólo había espacio para una lengua".

A partir de los años 60 del siglo XX, coincidiendo con el movimiento de los derechos civiles, se aprobaron leyes que autorizaban redactar algunos documentos públicos esenciales -como las papeletas de votación- en lenguas diferentes. En los años 80 'English-only', liderado por politicos como el senador S.I. Hayakaw, también fundador de 'U.S. English' intensificó su cruzada a favor del inglés, después de todo, el idioma de la metrópoli que dominó las 13 colonias del Norte de América que formaron los Estados Unidos tras la Guerra de la Independencia.

La Unión de Libertades Civiles, (ACLU, por sus siglas en inglés), considera que lo que se quiere hacer es "estigmatizar a la minorías lingüísticas del país". El problema con Trump es que nunca se sabe hasta donde es capaz de llegar. Si no le ha temblado el pulso para erradicar el español de la Casa Blanca, que no hará para marginar a los poderosos medios de comunicación que hablan y escriben en castellano, a los que tan escasa simpatía prodiga. Si ya el presidente considera que los periodistas son -somos- "seres deshonestos", Dios sabe cómo calificará a los que además de desempeñar esta hermosa profesión, tan destestable para él, unen su condición de hispanos. No hay hispanos en el Gabinete, salvo la periodista Helen Aguirre Ferré, de origen nicaragüense, directora de asuntos de medios de prensa y asesora especial del presidente. Tal vez quede alguno en el servicio de la casona del 1600 de Pennsylvania Avenue -seguro que sí-. Si piensan viajar a los Estados Unidos cuidado con lo que dicen. Procuren pensar también en inglés…nunca se sabe.