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Levante-EMV entra en territorio FARC (2) | El desafío de la paz

La vida que espera una nueva vida

Los guerrilleros de las FARC esperan completar su desmovilización en precarios campamentos a las afueras de Tumaco

Dejamos la vía que unirá Pasto a Tumaco. Nos dirigimos hacia el interior de la selva. Al este, la cordillera andina, al oeste, una amplia llanura de más de cien kilómetros hasta la ciudad portuaria del sur de Colombia. Al sur, a unos pocos kilómetros, la frontera con Ecuador. Un amplio cartel de «Bienvenida» a la «zona veredal de normalización» -eufemismo que evita el término militar de campamento-, recuerda el 53 aniversario de las FARC. Junto a esas siglas nunca faltarán las de EP, Ejército del Pueblo.

Hombres y mujeres con brazos de júbilos ocupan gran parte de ese panel publicitario, junto a una foto de Ariel Aldana, uno de los históricos comandantes. La zona ha sido bautizada con su nombre. El lema que acompañará el cartel es condicional: «Paz, con justicia social». En letra de cuerpo mucho mayor: «Desde Marquetalia hasta el corazón de los colombianos».

Desde la primera rebelión campesina liderada por Pedro Antonio Marín Marín -conocido por Manuel Marulanda, «Tirofijo»-, hasta la conversión en un partido político que pretende ganar el corazón de ese pueblo que busca justicia. Y que desea que la Colombia bárbara, quimérica, impetuosa de los montes y llanos, no se reconozca en la ofrenda al sacrificio, al miedo y a la tortura.

Justo detrás del cartel primero, cuatro palos verticales sostienen plásticos verdes que pretenden convertirse en una chabola. Muchas de ellas instaladas sobre un lecho verde donde campan a sus anchas hormigas, mosquitos o serpientes. Son los «invasores», aquellos que se han acercado hacia la zona, esperando, quién sabe, si les llegará alguna migaja de los futuros beneficios prometidos a los guerrilleros desarmados.

El camino de entrada al campamento es un ir y venir de motos y automóviles que miran extrañados a unas gentes de piel distinta, que visten de otra manera. ¿A dónde van? ¿De dónde vienen?, se preguntarán y nos preguntaremos. Aquellas gentes se dirigen a una playa pedregosa. Es el rio Mira. Las aguas, que ya bajan remansadas en busca del Pacífico, se convierten en la vía por la que descenderán las toneladas de cocaína elaborada más adentro, allá donde la espesura es impenetrable. Alguien sugiere llegar hasta Tumaco alquilando una de aquellas barquichuelas, en una especie de turismo de alto riesgo. Casi cien kilómetros aguas abajo. El propio jefe guerrillero, Juan Carlos Ospina, desestima la idea: «El rio no tiene dueño y hay bandas peligrosas dispuestas a todo€No es posible». Petición zanjada.

Minutos antes, el periodista ha tenido la oportunidad de entrevistarle, frente a frente, sentados bajo una cubierta con dos sillas de plástico blanco, en un intento de protegerse del agobiante, húmedo, infectado calor. Viste una camisa oscura, abotonada en blanco, seguramente unos cuarenta años, usa gafas que parecen esconder una mirada penetrante, inquieta, interrogadora. Luce barba.

-¿Por qué la paz ahora?

- Paz a cambio de justicia social para el pueblo; a cambio de las reformas necesarias para configurar un nuevo país libre de las ataduras del imperio capitalista.

- ¿Es usted optimista?

- Empezamos a estar muy preocupados. El gobierno no cumple con los acuerdos firmados. Por ejemplo, desde que estamos aquí, hace más de seis meses, no hemos recibido ni una sola pastilla para curar enfermedades. Ni una pastilla. Las obras de construcción de las viviendas prometidas llevan ocho meses de retraso. Hemos entregado un contenedor de armas, que están muy cerca de aquí y que están vigiladas por observadores de la ONU. No nos sería muy difícil recuperarlas€

Poética del martirio

Los pies se clavan en una arena mezclada en ripios. Un cartel, tan grande como el de la bienvenida, indica la ubicación del cementerio, «Campo Santo de la Paz. Aquí yacen combatientes de las FARC-EP». Y una cita de Tirofijo: «Morir por el pueblo es vivir para siempre». La poética del martirio por una causa, por un ideal, se expone por doquier. En una de las casetas de madera, junto a otra donde se venden productos químicos que dicen que ayudan a crecer sanas a las plantas de coca, cuelga una imagen del Corazón de Jesús. En cada curva del camino, tropezarás con la figura en retrato de cartón de tamaño natural, del creador de las FARC-EP. Un verdadero «santo» al que hay que venerar.

La Iglesia es mediadora habitual en secuestros. Lo fue hace unos meses cuando aquel asalto a policías uniformados. El espíritu de la Teología de la Liberación parece que sigue vivo. El periodista piensa en aquel templo de San José de Albán, al norte andino del departamento, lleno a rebosar la mañana del domingo. «Aquí en todos los pueblos, siempre se llenan las iglesias», dice un campesino.

Sopa guerrilera

De vuelta del río nos dirigimos hacia la caseta donde nos espera una sopa caliente: la sopa guerrillera. Antes, saludamos a un negro espinado, uniformado y armado, que hace guardia sobre una pequeña colina junto al camino, como queriendo recordar a todos que aquel lugar tiene dueño al que proteger. El espigado afrocolombiano sólo accederá rebajar el estado de vigilancia tras comprobar que el jefe comanda al grupo de visitantes. Allí detrás, en una puerta que abre la valla a un descampado cuelga un cartel: «Propiedad privada. Prohibido el paso».

El reportero queda sorprendido por un mensaje que parece contradecir todo el espíritu por el que se lucha. Pregunta, y recibe una respuesta aclaradora: «Ese terreno donde dormimos los guerrilleros es alquilado y ese cartel es propiedad del dueño del terreno€Nosotros no tenemos nada que ver. Aquí todo lo que hay, que es bien poco, es de la colectividad». Asunto zanjado.

No hay agua potable, ni una mala conducción para las aguas residuales. Algunas luces alimentadas de baterías del coche. Una cabaña de trozos de madera de no más de dos metros cuadrados será reservada para evacuar sobre una taza azulada y embarrada. Siempre será más seguro que hacerlo al aire libre. Ya saben, los temibles mosquitos.

Bombas desactivadas

Cada pocos metros, a los bordes del camino, se muestran envases metálicos de forma cilíndrica. Se trata de una especie de reconocimiento a un arma casera, las bombas cargadas de metralla que usaba el autodenominado Ejército del Pueblo. «El gobierno llegó a prohibir esos envases cilíndricos para que no los pudiéramos usar», nos dicen. Ahora lucen en los bordes de aquel camino hacia el rio Mira. ¿Piezas del futuro Museo de la Revolución?

Nos sentamos a la mesa, sin orden protocolario. Detrás de una silla, una máquina expendedora de Coca Cola. Parece el único lugar donde alcanza instalación eléctrica, procedente de la red que alimenta Llorente. Nos sirven unas cervezas.

Afrontamos con curiosidad la sopa guerrillera, una espesa pasta caliente, que debe llevar cereales y especias de la zona. El aroma es demasiado intenso e irreconocible para un europeo. Debe llevar una buena cantidad de calorías. Las proteínas, todo un lujo por deferencia a los visitantes, las pondrá un filete de cerdo entre varios trozos de patatas hervidas.

Las obras de construcción de las viviendas, que son más bien barracones, se sitúan a unos metros. Cada familia dispondrá de una pieza de unos 20 metros cuadrados. Al final de cada una de las tres calles, un baño común. No parece que haya alcantarillado. «En esas condiciones tan precarias quieren que nos normalicemos», afirman con cara de resignación. «Estamos convencidos de que el dinero presupuestado por el gobierno se ha ido quedando por el camino. Eso que han construido ahí ni de lejos cuesta lo presupuestado».

Mirando al futuro

Dicen que se presupuestaron 180.000 millones de pesos, menos de 60.000 euros. Lo construido afirman que no vale ni la cuarta parte. El periodista no concibe que allí pueda vivir con una mínima dignidad una familia. Pero recuerda los palafitos donde viven miles de personas junto a la carretera y reconoce que aquello es todo un lujo€

La conversación es amena y distendida. Y siempre referida a las esperanzas de futuro. Y a los recuerdos más duros del pasado. Nos hablan de los huertos comunitarios para sobrevivir, de su aislamiento de la población para no «contaminarla con sus ideas»; de la polémica en la ubicación de las veintiséis zonas repartidas en todo el país, de la prohibición de publicidad, fotos, grabaciones€ Mientras, Jorge Casasnuevas, «Felipe, el Meta», 42 años es convidado a contar al periodista su dramática historia personal€

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