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Del odio a la reconciliación

En la zona veredal de Tumaco, los exguerrilleros de las FARC esperan crear un nuevo futuro para Colombia con la esperanza de la justicia social

Jorge Casasnuevas, 42 años, es el segundo de los comandantes de la zona veredal de Tumaco. Toma en su mano derecha la taza de café caliente. Traga saliva. Sus ojos, vidriosos, son capaces de resistir la lágrima. Su voz, quebrada, se apaga con el trago de un café aguado. En Colombia el café siempre se toma bien cargado de agua. Ha accedido a contar una historia personal terriblemente dramática. Le ha costado. Lo hace ante un periodista que la transmitirá a decenas de miles de personas en Europa. Quizás por ello, y seguramente por el deseo de compartir el dolor. La cuenta como pidiendo perdón: «esta historia no tiene nada de especial. Es la historia de muchísimos guerrilleros; de muchísimos campesinos», insiste para que no se nos ocurra personalizar en su figura el dolor de tanta gente.

«No tiene nada de particular», vuelve a recordar, mientras traga saliva. La mesa ha quedado impactada, en silencio, sin saber qué decir, qué hablar. Y él, remata: «si con ello pensaban que doblegarían mi voluntad de luchar por mis ideales, se equivocaron totalmente. Hoy son más firmes que nunca».

Tenía 28 años cuando su mujer, su hermana mayor , un hijo de dos años y una hija de cinco, fueron secuestrados. Según el exguerrillero, los grupos Gaula son los responsables. «Unidades de élite del ejército colombiano, creadas en 1996 y que están dedicadas en exclusiva a prevenir y perseguir el delito de secuestro y extorsión», informa en la página oficial el Ejército colombiano. Nos cuenta que dicho grupo le detuvo e intentó extraerle información referida a las FARC. «Nosotros tenemos un código ético que debemos respetar incluso con nuestra vida. Eso, y una férrea disciplina interna nos ha permitido sobrevivir más de medio siglo», afirma. En su caso la presión llegó al extremo de retener a su familia para obligarle a hablar. No lo hizo. Su mujer y su madre fueron asesinadas «por personas a las que los Gaula encargan esos cometidos, que son paramilitares. Es decir, cercanos a los militares. Sus cuerpos decapitados y con los dedos cortados (es la prueba de haber cumplido con la orden) fueron lanzados al rio». Y Felipe cierra los ojos. Los abre y recuerda el nombre de su esposa: Luz Dori Perilla. Y vuelve a insistir: «no soy el único».

Jorge Casasnuevas tiene deseos de paz: «quiero ver si mi hija, que ahora tiene diecinueve años, puede entrar en la universidad pero no tengo dinero para pagarle los estudios. No sé cómo lo lograré. Nadie desea la guerra; nadie desea vivir en la selva pendiente de morir o matar pero Colombia necesita que sus hijos tengan futuro, que nuestras riquezas naturales permitan a nuestras gentes tener una vida digna. Y necesitamos justicia social y verdad».

Y entonces «Felipe» nos dice que «la mayoría de muertos y desaparecidos han sido provocados por estructuras del Estado. Estadísticamente las FARC han sido las que menos muertos y desaparecidos ha provocado. Ocurre que el paramilitarismo no contabiliza porque el Estado dice que no existe, cuando fue sugerido y diseñado por altos militares de EE UU a principios de los sesenta». Una familia a la que los paramilitares haya secuestrado deberá afirmar que son los «grupos guerrilleros si quiere entrar en los beneficios por los afectados por la violencia», afirma.

«La historia del paramilitarismo está muy ligada a la de muchos gobiernos colombianos, a las élites, a las familias que controlan las riquezas. Pero esa información ,que es la verdad de la historia, apenas llega a Europa y al resto del mundo. Ellos controlan los grandes medios de información», afirma.

«Nosotros somos gentes con ideales, luchamos por la justicia, por los más necesitados. Somos gente honesta y queremos que el relato de la verdad se imponga. Hemos tenido dirigentes de las FARC que provenían de la burguesía, de las élites, pero que se han concienciado en la necesidad de cambiar las estructuras del país. Queremos una Colombia para todos».

Tras esa confesión y esos deseos de futuro, «Felipe» parece más relajado. Nadie sabe qué va a ser de cada uno de ellos. Proponen ideas: crear cooperativas de productores de café; convertir cada campamento en un lugar de visita turística; ver la manera de legalizar el cultivo de coca para uso medicinal€cada cual propone soluciones, lo que quiere decir que no hay un plan definido para el post-conflicto, aunque hayan principios generales firmados: reparto de tierras para su cultivo con productos lícitos; construcción de carreteras, ayudas económicas a los guerrilleros durante el proceso de transición€un mínimo de representación política en el Parlamento€

Lo cierto es que esos barracones que se llenarán de gentes en los próximos meses albergarán familias cuyos miembros desconocen qué va a ser de ellos y los suyos, incluidos los más pequeños, que no han tenido oportunidad de aprender a leer y escribir, que sólo conocen las dificultades de vivir apartados del mundo y el uso de las armas.

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