El pasado martes la ciudad siria de Raqa, la «capital» del ahora menguante califato del grupo yihadista Estado Islámico (EI), fue arrebatada a los extremistas tras más de 120 días de intensos combates y feroces bombardeos aéreos que han dejado un impresionante reguero de destrucción. También el martes el presidente filipino, Rodrigo Duterte, anunció la liberación de la ciudad de Marawi, tomada hace cinco meses por un grupo extremista asociado al EI. Ambos hechos son una muestra de lo que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) llama la «urbanización de los conflictos armados».

El año 2017 ha visto algunas de las peores muestras de este fenómeno, por ejemplo en Mosul, tomada por el Ejército iraquí al EI el pasado julio tras nueve meses de ofensiva. «En el oeste de Mosul hemos visto la peor destrucción de una campaña militar en el mundo entero», dijo entonces la coordinadora humanitaria de la ONU para Irak, Lise Grande. Después de una cruel batalla calle a calle, esta responsable de la ONU lamentó que el casco antiguo de la ciudad iraquí había sido «totalmente devastado». Lo corroboraron otras organizaciones, como Médicos Sin Fronteras (MSF), que el pasado 5 de julio alertaba de un nivel de destrucción «similar al de la II Guerra Mundial».

Combatir en las ciudades no es un invento del s.XXI. El siglo pasado aporta un buen catálogo del horror con batallas como Stalingrado, Berlín o Manila en la II Guerra Mundial. En los últimos 30 años, la lista de ciudades martirizadas por la guerra no es corta: Beirut, Sarajevo, Bukovar, Kabul, Freetown, Grozny, Gaza...etc.

La guerra urbana ha llegado para quedarse, como demuestra que los principales ejércitos del mundo incluyen en sus programas de adiestramiento técnicas en este tipo de escenario.

Las grandes batallas de nuestra era ya no se libran en campo abierto, sino en avenidas, polígonos industriales y callejones estrechos, con los combatientes rompiendo las paredes de las casas de familias aterrorizadas para evitar a los francotiradores ocultos en los escombros, en medio de bombardeos aéreos y de artillería indiscriminados.

Así se ha luchado en Raqa y Marawi, así se hizo en Mosul. Así se combatió en Alepo. De igual manera se combate en la urbe yemení de Taiz, al margen del foco de la atención internacional.

Denominador común

Todas ellas son centros urbanos separados por centenares o miles de kilómetros pero con un denominador común: son ciudades en guerra. De hecho, la guerra está en su mismo corazón. Son, a su pesar, el frente.

Ochenta años después de que Pablo Picasso plasmara toda la crueldad de la guerra en su Guernica, aparece «una nueva escala de sufrimiento en las ciudades azotadas por conflictos bélicos», afirma a Levante-EMV desde Beirut Patricia Rey, portavoz del equipo del CICR responsable del informe Vi morir mi ciudad.

Un documento demoledor, un grito de alerta ante lo que denomina la «urbanización de los conflictos armados», un fenómeno que se ve con especial crudeza en las tres principales guerras que ensangrientan Oriente Próximo: Siria, Irak y Yemen.

Según el CICR, estas tres guerras han supuesto casi la mitad de todos los civiles muertos en conflictos a lo largo y ancho del mundo entre los años 2010 y 2015. Traducido a la frialdad de los números sin alma, de las 90.000 muertes relacionadas con guerras que hubo al año en dicho periodo, estos tres castigados países contabilizaron 42.000 víctimas, un 47 % del total.

Bajas civiles en aumento

«Las zonas urbanas son los principales campos de batalla», afirma Rey. La misma guerra contra el EI desde 2014 así lo demuestra. Su rastro de destrucción deja una cicatriz en forma de escombros que se puede ver a lo largo de Irak en ciudades como Tikrit, Ramadi, Faluya o Mosul.

«Según nuestra investigación, en las ofensivas lanzadas en ciudades, el número de bajas civiles es cinco veces mayor que en otros escenarios», apunta Rey. Solo en los teatros sirio e iraquí en los últimos tres años, reza el estudio, la guerra urbana ha causado el 70 % de todas las muertes civiles. Un porcentaje escalofriante que toma mayor relevancia tras la reconquista de Mosul en julio y la reciente caída de Raqa.

Nadie sabe cuántos civiles murieron en Mosul. Amnistía Internacional (AI) ha reclamado una comisión independiente que investigue crímenes de guerra perpetrados no sólo por los yihadistas, sino también por el Ejército iraquí e incluso la Coalición internacional liderada por EE UU, responsable del apoyo aéreo.

«Han sido aniquiladas familias enteras, muchas de las cuales están bajo los escombros», sostiene la directora de investigación de AI para Oriente Próximo, Lynn Maalouf. Esta organización asegura que el origen de los crímenes de guerra está en la estrategia del EI centrada en el uso de civiles como escudos humanos. «Supervivientes han contado que los yihadistas soldaban las puertas para evitar la huida de civiles», dice Maalouf. Escapar era también peligroso. En los últimos días de mayo y principios de junio, la ONU denunció que el EI asesinó a al menos 231 civiles que trataban de alejarse de los combates.

Bombardeos masivos

Si la escapada podía ser mortal en Mosul, también lo fue la permanencia. Amnistía acusó al Gobierno iraquí y a la Coalición de exponer a los civiles a bombardeos masivos con armas de gran potencia y poco precisas. La organización documenta al menos 45 ataques aéreos en los que habrían muerto 426 civiles. Solo el 17 de marzo un ataque contra francotiradores del EI acabó con la vida de 105 civiles.

El esquema se ha repetido en Raqa. El Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, una organización con base en Reino Unido calcula que en los 4 meses de ofensiva pueden haber muerto al menos 1.130 civiles, aunque entre las ruinas hay cientos de desaparecidos.

Según el informe del CICR, los civiles suponen ya el 92 % de los muertos y heridos por el uso de explosivos en zonas pobladas. Activistas de Raqa aseguran que la ciudad ha soportado 3.829 ataques aéreos entre junio y octubre, y que solo durante agosto, cada ocho minutos caía una bomba o misil sobre la ciudad.

Tan peligrosa como la propia guerra puede resultar el fin de los combates, pues el informe del CICR asegura que entre el 10 y el 15 % de los proyectiles no llegan a explotar y quedan ocultos, siendo una amenaza para aquellos que regresan o tratan de normalizar su vida en un entorno arrasado sin tan siquiera las infraestructuras más esenciales al alcance.

Efectos a largo plazo

Esta destrucción tiene efectos sociales, ya que la exposición prolongada a escenas de extrema violencia causa traumas y sobretodo rompe el tejido social, pues una de las características de estas nuevas guerras urbanas es su duración indefinida. Los civiles quedan atrapados en el fuego cruzado durante años -caso de Alepo-, o meses -Mosul, Raqa-. Además, «existe el peligro de que las ciudades que han vivido el conflicto funcionen como incubadoras de nuevas situaciones de violencia», sostiene Rey.

«La escala de los conflictos urbanos no se puede pasar por alto porque su uso se ha hecho demasiado frecuente», dice Rey. «Calles, barrios enteros desaparecen, incluyendo hospitales y escuelas. Ya nada parece lo mismo, la gente ya no reconoce los lugares en los que vivía. Básicamente ven su ciudad morir», sentencia.