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La «guerra fría» que quema Oriente Próximo

La creciente influencia iraní acerca a Arabia Saudí y a Israel - La región es el escenario de un impresionante rearme azuzado por Occidente y Rusia

Dos titanes se aguantan la mirada desde hace años. Son Arabia Saudí e Irán. Nunca han entrado en un enfrentamiento directo, pero mantienen guerras subsidiarias -«proxy wars» en inglés-, en escenarios sangrientos como Siria y Yemen, donde apoyan a bandos contrarios en conflicto. Desde principios de noviembre la tensión entre ambas potencias regionales -Arabia Saudí suní e Irán chií-, se ha trasladado a Líbano y ha generado inquietud en la comunidad internacional.

La escalada de tensión tomó impulso el pasado 4 de noviembre, cuando los rebeldes chiíes hutíes yemeníes lanzaron un misil contra la capital saudí en represalia por un bombardeo aéreo pocos días antes que había dejado decenas de muertos. Aunque los hutíes han lanzado decenas de cohetes contra territorio saudí desde que Riad interviniera en la guerra civil en este país en marzo de 2015, en esta ocasión el proyectil amenazó por primera vez un gran núcleo de población.

Para los saudíes, aquello fue «una agresión militar directa» de la que culparon a su archienemigo iraní, al que acusaron de suministrar este tipo de armamento a los hutíes. Días después, el jefe del Mando Central de la Fuerza Aérea para Asia sudoccidental de EE UU, Jeffrey Harrigan, aseguró que el misil era de procedencia iraní. Desde entonces la coalición suní que bombardea Yemen bajo el liderazgo saudí ha endurecido el bloqueo naval, a pesar de las llamadas de la ONU, que tilda de «catastrófica» la situación humanitaria en este país.

Crisis en Líbano

El joven príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, afirmó entonces que su país se reservaba «el derecho a responder a Irán en el tiempo y forma apropiados». Por su parte el presidente iraní, Hasan Rohaní, respondió recogiendo el guante y advirtiendo a Riad del «poder» de la República Islámica.

Aquel 4 de noviembre, el primer ministro libanés, el suní Saad Hariri, un protegido saudí, aterrizó en Riad y comunicó por televisión, visiblemente nervioso, que dimitía de su cargo al tiempo que denunciaba un complot contra su vida, del que culpaba al brazo de Irán en Líbano, el partido-milicia de Hezbolá. Aquella misma noche, un portavoz del Ejecutivo saudí declaró que «la injerencia iraní» en el Gobierno del país del cedro implicaba que Líbano «había declarado la guerra» a su país.

Además, todo esto sucedía mientras en Arabia Saudí se detenía a decenas de personas -príncipes y altos cargos-, en una masiva purga anticorrupción liderada por el príncipe heredero. Un movimiento interpretado como un golpe de mano para afianzar su futuro reinado y eliminar posibles rivales.

La sorpresiva renuncia de Hariri ha sumido a Líbano en una profunda crisis. El mismo Gobierno libanés no aceptó su renuncia, y aseguró que estaba «retenido» por los saudíes. El líder de Hezbolá, el jeque Hassán Nasralá, exigió su retorno y llegó a acusar a los saudíes de alentar a Israel para atacar Líbano. Las sospechas sobre la situación real del político libanés movilizaron a la diplomacia internacional.

EE UU instó a «no utilizar Líbano» en disputas regionales. Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, logró entrevistarse el miércoles con él y le invitó a viajar París, donde fue recibido ayer con honores en un intento de rebajar la tensión en el país y en la región.

Rearme regional

Oriente Próximo es el escenario de un impresionante rearme azuzado por Occidente y Rusia, grandes beneficiarios de las multimillonarias transacciones que se están llevando a cabo. Basta recordar que el pasado 20 de mayo, en su primera gira internacional, el presidente de EE UU, Donald Trump, firmó con Riad contratos de venta de armas por valor de 98.000 millones de euros. También Francia ha hecho jugosos negocios con Catar y Egipto, e incluso España participa de este festín armamentístico que se expande más allá del Golfo Pérsico a Turquía e Israel.

La intervención rusa en Siria en 2015 y la exhibición de su renovado arsenal en este conflicto también le ha abierto al Kremlin las puertas de este negocio. Moscú es incluso capaz de vender sistemas de misiles antiaéreos a Irán -S-300-, como a Turquía y a Arabia Saudí -S-400-.

Tensiones en aumento

En los últimos años, la influencia regional de Irán ha ido ganando terreno a pesar de la creciente agresividad de la política exterior saudí. Buenos ejemplos de esto son sus intervenciones militares en Baréin en 2011 y en Yemen en 2015, así como el bloqueo a Catar impuesto el pasado junio. Además, Riad ha apoyado a facciones extremistas para derrocar al presidente sirio, Bashar al Asad, sin éxito.

Por otra parte, la lucha contra el Estado Islámico también ha permitido a la potencia persa ganar influencia en Irak gracias a las milicias chiíes que han sido esenciales en primera línea contra los yihadistas.

En Riad, por tanto, ven con preocupación cómo va tomando forma la profecía del rey jordano Abdalá II, quien en 2007 alertaba de un «creciente chií» desde Teherán a Damasco y que ahora, gracias al Hezbolá libanés llega al Mediterráneo.

Esta situación parece crear extraños compañeros de viaje, pues la misma sensación de amenaza que se vive en los círculos del poder saudíes se vive en Israel. La firma del Acuerdo Nuclear con Irán en julio de 2015 cayó como un jarro de agua fría en Riad y Tel Aviv, pero la llegada de Trump a la Casa Blanca, con su encendida retórica anti-iraní es del agrado de los «halcones» saudíes e israelíes, que aplauden cada nueva sanción a Teherán y a Hezbolá.

Tel Aviv y Riad se acercan

Hace tiempo que el Gobierno israelí calienta motores contra esta guerrilla chií libanesa. Para evitar su rearme, ha realizado decenas de bombardeos en Siria. Aún así, el papel de Hezbolá en esta guerra le ha permitido reforzar su arsenal y su experiencia táctica. Pero, y para contrariedad saudí, el primer ministro hebreo, Benjamin Netanyahu, no parece inclinado a dejarse arrastrar por Riad a una guerra de imprevisibles consecuencias en Líbano, aunque no se descarta. Más bien las líneas rojas en Tel Aviv se sitúan en Siria, donde Israel no tolerará bases iraníes.

El contexto regional acerca a Riad y Tel Aviv con la bendición de la Casa Blanca. En una pragmática y nada usual declaración pública, el jefe de las Fuerzas Armadas de Israel, Gadi Eizenkot, dijo el jueves a un periódico saudí que su país está «dispuesto a intercambiar información de inteligencia con países árabes moderados para hacer frente a Irán», ya que «hay muchos intereses comunes».

La «guerra fría» entre Arabia Saudí e Irán por la supremacía regional en Oriente Próximo está, pues, lejos de neutralizarse, mientras los protagonistas siguen retándose y sumando aliados y nuevos frentes en una peligrosa partida de ajedrez.

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