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Sensación de vértigo en Siria

Washington, París y Londres barajan desde ataques limitados a una gran operación con muchos riesgos

En solo una semana el mundo ha visto un aumento de la tensión entre EE UU y Rusia como no se veía desde los tiempos de la URSS. El presidente de EE UU, Donald Trump advirtió el miércoles a Rusia de que «van a llegar nuevos, bonitos e inteligentes misiles» que golpearán al «animal» Bachar al Asad, al que tanto Washington como Reino Unido y Francia consideran responsable del ataque con armas químicas que el 7 de abril mató a unas 42 personas en Duma, cerca de Damasco.

La sospecha se cierne sobre el Gobierno sirio, que tiene a sus espaldas un largo historial de utilización de armas químicas. Fue uno de estos ataques, que mató a más de 1.000 personas en 2013, el que estuvo a punto de motivar una intervención de EE UU. En aquella ocasión Barack Obama levantó el dedo del gatillo. El 7 de abril de 2017, tras otro ataque químico atribuido al Ejército sirio en la localidad de Jan Sheijun, que mató a más 80 personas, EE UU ejecutó el primer ataque directo contra el régimen de Al Asad. Unos 57 misiles de crucero «Tomahawk» impactaron en la base aérea de Shayrat.

El escenario que se plantea ahora es parecido al del año pasado pero más peligroso, ya que cualquier intervención en territorio sirio presenta riesgos de escalada militar impredecible con Rusia, cuyo embajador en la ONU, Vasili Nebenzia, avisó este jueves de que hay «riesgo de una guerra» entre su país y EE UU si Washington decide lanzar un ataque contra Siria.

«Halcones» en la Casa blanca

Trump, que en 2013 defendía que Obama no debía bombardear Siria, se enfrenta este otoño a unas elecciones legislativas que pueden acabar con la mayoría republicana en el Senado y se está viendo presionado para dar una respuesta contundente no solo a Al Asad, sino también a Rusia e Irán. Pero el secretario de Defensa, Jim Mattis, trató de imponer el jueves algo de calma tras los primeros comentarios incendiarios de Trump en Twitter y alertó ante el Congreso del riesgo de que un ataque en Siria pueda desencadenar «una escalada fuera de control».

Sin embargo, el fichaje de «halcones» militaristas como John Bolton como nuevo asesor de Seguridad Nacional, o del ultra Mike Pompeo en el departamento de Estado arroja incertidumbres justo cuando dentro de escasas cinco semanas la Casa Blanca puede dar la puntilla al Acuerdo Nuclear con Irán de 2015.

División en Europa

Mientras Mattis admitía el jueves que el Pentágono aún buscaba pruebas del ataque químico, ayer la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert sostuvo que EE UU ya tenía esa prueba. El presidente galo, Emmanuel Macron, también afirma estar en posesión de dichas pruebas, y que éstas apuntan sin ambages a Damasco.

Así, Macron, que por primera vez se enfrenta a un creciente malestar social por su agenda de reformas, se ve ante la decisión de ordenar una intervención militar, ya que siempre ha mantenido que el uso de armas químicas en Siria era una «línea roja». También el Gobierno de Reino Unido, cuya negociación del brexit no le trae más que problemas, está a favor de actuar, incluso sin aval paílamentario. Alemania, Italia y España, sin embargo, marcan distancias con el ardor guerrero de París y Londres.

Así pues, tres son los escenarios posibles que se abren.

Represalias limitadas

Esta respuesta sería parecida a la dada en 2017, es decir, ataques muy localizados y específicos contra infraestructura militar siria con el fin de mandar el mensaje de que no se tolera el uso de armamento químico, aunque todo apunta a que ahora serían más agresivos que en la anterior ocasión. Esta opción evita el riesgo de un colapso del régimen sirio.

Y es que una caída incontrolada de Al Asad, que controla la mayor parte del territorio, podría poner en más peligro a millones de sirios, aparte del riesgo de que EE UU y sus aliados se vean arrastrados de lleno al lodazal del conflicto sirio en un rumbo de colisión con Rusia.

Desgaste a largo plazo

Esta opción pasa por una respuesta más alargada en el tiempo y el objetivo sería hacer pagar un alto coste a Al Asad y sus aliados. Esto podría incluir armar a las facciones rebeldes que aún siguen la lucha contra el régimen -aunque a día de hoy la mayoría de ellas son de perfil islamista radical-. En su día, Obama apostó por este enfoque y la CIA, Arabia Saudí, Catar y Turquía ayudaron a suministrar potentes armas antitanque que fueron la pesadilla de las tropas sirias. Tan arrinconado llegó a estar Al Asad que en septiembre de 2015 la guerra dio un vuelco con la entrada de la aviación rusa.

Esto muestra que el problema de esta estrategia es que tanto Rusia como Irán han respondido a cada embite de Washington y sus aliados con una apuesta mayor. En este sentido, este enfoque acabó teniendo el efecto contrario y su resultado fue que la guerra se hizo más sangrienta.

Intervención a gran escala

Este escenario es el más peligroso y supone desarrollar una escalada militar que Rusia e Irán no puedan igualar. Una apuesta de este tipo solo tendría éxito si crea deliberadamente dos situaciones de riesgo: en primer lugar un derrumbamiento de cualquier tipo de orden en Siria, con su consiguiente huida masiva de civiles hacia los países vecinos y Europa. En segundo lugar, que cuanto mayor sea la operación, más posibilidades hay de que pueda haber un accidente en el que militares rusos o de EE UU se vean envueltos.

De todos modos, a pesar de la tensión entre Rusia y Estados Unidos, El Kremlin informó el jueves de que las líneas de comunicación entre sus ejércitos siguen abiertas para evitar lo innombrable. Un poco de luz en el túnel sirio. Sin embargo, se espera que a lo largo de esta semana llegue al Mediterráneo oriental el grupo de ataque del portaaviones nuclear Harry S. Truman, y entonces la sensación de vértigo será muy real.

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