Cinco años consecutivos de derbi han alterado la actitud emocional de las dos aficiones de la ciudad, que han elevado su particular duelo, por fin, a la categoría de derbi. Todavía le falta trayectoria para que la palabra merezca escribirse con mayúsculas, como ocurre con los otros encuentros intervecinales de las otras tres grandes ciudades de la Liga española. Pero quien diga que el derbi valenciano no ha madurado, miente. Quien diga ya que no es la gran fiesta del fútbol valenciano, es que vive ajeno a la realidad. La rivalidad se ha agudizado estos últimos años y ,también, ha «ayudado» mucho lo sucedido en las dos últimas semanas, con el incidente diplomático provocado por el precio de las entradas y la posterior negativa del Consejo del Valencia de no acudir al palco. Al final hubo paz (no absoluta, por que los consejeros de Mestalla no se reorganizaron para acudir a la comida oficial), pero el desencuentro dejó, irremediablemente, huella en ambos bandos. Hasta la policía tuvo que pedir calma y ahí estuvieron los dos dos líderes de las peñas, Blas Madrigal y Vicente Cosido, para aportar sentido común.

El derbi del cap i casal sigue mereciendo un análisis sociológico, algún estudio de alguna universidad que resuelva que el occipital derecho de los valencianistas les impide asumir la ansiedad del derbi y que el occipital izquierdo de los «levantinos» les impulsa a decidir que es el partido del año. O del siglo, que hay de todo. A falta de que alguien profundice en el asunto, ya hay pruebas evidentes de que la cita trasciende mucho más de lo deportivo en ambos frentes. No se respira el viejo paternalismo de la gente de Mestalla hacia su vecino, mientras la parroquia «granota» muere, más que nunca, por ver a su equipo ganar al equipo más poderoso de la ciudad, al que ya no mira desde el suelo. Su crecimiento es directamente proporcional al del derbi.

No hubo incidentes que resaltar a la entrada al estadio, salvo los insultos típicos entre los más radicales, bien «protegidos» por la policía. El emergente derbi se vivió intensamente en la grada, con un sarcasmo jamás visto por los más viejos del lugar. Una gran rivalidad sana, con intercambios de originales agravios, más allá de gritos vacíos entre «xotos» y «granotas». Al grito de los 1.100 miembros del grueso de hinchas blanquinegros (la mayoría de la Curva Nord) de «A segunda, a segunda» respondieron los Levante Fans 1909 con «nos vamos a Turín, nos vamos a Turín», en memoria del fallido intento del rival por estar, la pasada temporada, en la final de la Liga Europa. El siguiente fue más virulento, pues atacó a la identidad del valencianismo. «El Valencia, es de los chinos, es de los chinos».

El partido contribuyó mucho al crecimiento del antagonismo social de los dos equipos de la ciudad. El gol de Casadesús, en la segunda parte, animó al Ciutat de València, que registró la mejor entrada de la temporada (22.012 espectadores), más gente que el día de la visita del Real Madrid. «Es un xoto el que no bote» fue la respuesta instantánea de Orriols, mientras cada uno de los cientos de valencianistas que se repartían por el estadio deseaban esconderse bajo de su asiento.

El partido alcanzó su grado de excelencia en el último tramo, cuando el Levante UD y el Valencia invitaron a los presentes a desbocar sus pasiones. Empató el Valencia, lo que provocó la aparición de los hinchas visitantes , en un número bastante más alto del que aparentaba. El silencio «granota» duró sólo un minuto. En la siguiente acción, Morales provocó un éxtasis mayor a la parroquia «granota». Fue el momento cumbre, sin duda, de la historia de los derbis de la ciudad de Valencia. Por el bien de todos, que sean muchos más.