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Trenet a Vallejo

Alcaraz y la teoría del desconcierto

En temporadas como esta, lo normal es que el Levante termine exhibiendo síntomas propios de los trastornados mentales

Les pasa a todos los equipos al caer por ahí abajo. Cuando no encuentras soluciones, terminas cohabitando con múltiples personalidades, hablando contigo mismo a gritos en busca de una respuesta. Da miedo verlo, claro. El equipo se pregunta a qué juega y como no lo sabe, un día sale a la calle en plan galán; otros, se pone el mono de metalúrgico y, en ocasiones, se cambia de traje un par de veces durante el mismo partido y termina como un bufón en carnaval.

En el vestuario deben de andar medio majaras, más o menos como el speaker, que cada quince días se pregunta si se ha equivocado de estadio cuando le toca dar la alineación. En pocos meses hay futbolistas que han pasado de ser una pieza insustituible al ostracismo. Otros, en cambio, han recorrido el camino inverso. Muchos, rizando el rizo, pasaron de no contar a imprescindibles para volver a la grada tiempo después. El fenómeno se ha institucionalizado y ahora todo el equipo es susceptible de alcanzar la gloria o terminar en el gulag. ¿Recuerdan cuando todo era previsible, encantadoramente previsible? Ay.

Durante la primera parte de la temporada, esto parecía un asunto para 14 jugadores, con una plantilla excesivamente larga que se había partido en dos, entre los que contaban y los que se le estaba poniendo cara y tipito de exfutbolistas. Parece que al final Alcaraz ha decidido darle la vuelta a todo y cumplir por una vez aquella máxima de que nadie tiene garantizada la titularidad. Esto es como lo de los «once cabrones de siempre» de Toshack, pero al revés. Si me permiten, bautizaré la caótica gestión del entrenador como la teoría del desconcierto, como si jugáramos a despistar al rival. Vean si no alineaciones como la del día del Almería, revoluciones totales que surtieron efecto; la que salió contra el Sevilla, de nuevo con cambios sobre los cambios, que casi dan la sorpresa, o el inclasificable partido del pasado viernes ante el Espanyol, con otra buena ración de modificaciones. Me imagino al rival alucinado, tras una semana preparando un partido contra un equipo que no existe.

Le he leído a un compañero que en lo que va de temporada hemos jugado con once parejas de centrales diferentes. El número de combinaciones en el centro del campo debe de ser similar. Los laterales han tenido hasta tres propietarios, con soluciones muy creativas en algunos casos, como situar a un extremo de defensa a pierna cambiada. Al equipo se le está poniendo aspecto cubista. Tal es el desconcierto que crean los cambios, que en Mestalla y el viernes parecíamos nosotros mismos los desconcertados. Un partido lamentable, hay que decirlo.

Aunque más que en la psiquiatría, quizá la respuesta esté en la psicología. Salimos al campo acomplejados. Un derby muy pequeño por la parte que nos toca. El VCF, guardando fuerzas desde el minuto 30 en espera de las grandes batallas que le vienen; nosotros, sacando la bandera de rendición para evitar una goleada de escándalo. Ni rastro del equipo furioso de la segunda parte contra el Sevilla. Ese partido, de hecho, solo sirvió para señalar a Toño como culpable de los numerosísimos males de la defensa. Toño es un futbolista con una pinta estupenda, de esos con aire brasileño: buen toque, capacidad para combinar y llegar hasta el final de la banda para poner un centro presentable. Alma de carrilero. El problema surge cuando entre lujo y lujo descuidas la primera tarea de un lateral: cerrar su banda. Y Sevilla y Valencia nos destrozaron por ese lado.

Sin embargo, siguiendo la teoría del desconcierto, el viernes volvió a jugar. Como Iván, el sorprendente sacrificado en la segunda parte en esta ocasión. La cosa de cambiar de caras e intenciones en cada partido ya tiene hasta gracia. Sobre todo mientras saquemos puntos. A estas alturas, no se trata del estilo, ni de potenciar la cantera, ni de ser previsibles y coherentes, ni de nada que nos invite a teorizar sobre las esencias. Sólo hay que ganar un par de partidos más, como sea, con quien crea conveniente el míster. Aunque ponga a Emilio Nadal y Paco Fenollosa, la duodécima pareja de centrales.

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