Tengo unas ganas locas de que acabe esta pesadilla de temporada. Con el Llevant en Primera, claro. Y volver a empezar. El día del Espanyol quedaron de nuevo en evidencia las carencias estructurales de este Llevant. La marcha de Keylor Navas, el relevo generacional y la ausencia de un goleador de garantías ha pillado a contrapie a la secretaría técnica y se porfía por la salvación con un equipo cogido con pinzas. Mariño no transmite ninguna seguridad: no ejerce de jefe de la defensa, alterna paradones con manos de mantequilla y balones muertos en el área, y cada balón aéreo es una amenaza. El centro de la zaga ayuda poco, con futbolistas advirtiendo del declive de sus carreras.

En ataque se sigue añorando a Barkero y a los negros, entre ellos Caicedo, que el otro día se llevó la ovación de la que siempre será su hinchada.

Lucas Alcaraz tampoco ha sido el entrenador que se esperaba. Traer a José Mari; ceder a Camarasa en enero, como pretendía; que Iván López no sea intocable; o dejar a Rubén fuera de la convocatoria son decisiones que ignoro a qué impulsos obedecen, pero que desde luego van contra el sentido común futbolístico de mucho y, entre ellos, de la inmensa mayoría de los técnicos de los clubs europeos que les tienen en sus agendas.

Jornada tras jornada intento olvidar que conviven fubolistas emergentes, con una proyección enorme, junto a otros en el ocaso de sus carreras y que eso, en vez de armonizarse, ha devenido un nido de conflictos; quiero obviar el hecho de que hay veteranos con la cabeza fuera del Llevant que no han dejado de enrarecer el ambiente, pretendo pasar por alto el piquete que forzó la destitución de Mendilibar, etcétera. Pero, claro, si se permiten la osadía de leerle la cartilla a la afición granota... El club también da palos de ciego, sin saber cómo gestionar tanta estulticia. Y aun se negocia alguna prima por ganar, estilo «old school», como si conquistar la permanencia no fuera suficiente premio.

Así las cosas, el viaje a Getafe no se aborda desde la determinación de la victoria; sino desde la congoja. Se intuye un once con tres centrales, como si fuera el momento de probaturas tácticas con que frenar la sangría de goles (60, 2.14 por partido, el equipo más goleado de 1ª) y no como lo que es, una auténtica final para seguir con opciones de permanencia. Los 300 que viajarán a Getafe, los otros 5.000 que vamos a Orriols desde siempre, el resto de abonados y también el levantinismo de barra de bar, esa legión que llenaría el Maracaná de 1950, esperan una victoria sin paliativos. Esperan un partido típico entre un equipo que no se juega nada frente a otro que se juega la vida. Una victoria sin matices, por cojones.

Ganar haría buenos el milagroso punto del Espanyol y la imprescindible victoria ante el Córdoba y dispararía la puntuación hasta los 35. Es cierto que hay algunos equipos muy inferiores al Llevant; pero no lo es menos que un siglo de historia nos enseña que situaciones como la actual, con el vestuario roto y un entrenador errático, no suelen acabar bien.

Esperemos, por nuestro bien, que el puñado de futbolistas que sí está comprometido con este escudo a sangre y fuego, tome el mando, nos conduzca a la victoria, a la salvación y a la posibilidad de volver a empezar. Sé que suena a película de Garci y a bolero. Pero mejor eso que un tango o un blues que nos hablen de desdichas, yunques y amores imposibles.