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Trenet a Vallejo

Dos cuentos antes de la batalla

Sixto Rodríguez tuvo su oportunidad a principios de los 70

Era un cantautor de origen mexicano y sin mucha historia en «Motown», la ciudad de la música negra, pero alguien pensó que sus letras y la personalidad de su voz podían hacer fortuna. Su irrupción fue celebrada en algunos foros como la del sucesor de Dylan en el trono del folk. En realidad, apenas otra estrella fugaz que terminó diluida en el laberinto de la industria. Aquel nuevo trobador, simplemente, no llegó a las alturas que le auguraban. El tren de la inmortalidad le esperó lo que duran dos discos. Y sin más, cayó en el olvido.

Uno de sus trabajos, sin embargo, cruzó el océano y se convirtió en una revelación para el público de Sudáfrica. «I wonder» sonaba y sonaba y sus dos discos se convirtieron en himnos contra el apartheid para cierta élite en un país reprimido mientras Sixto se ganaba la vida como podía en Detroit. El pobre hombre ignoraba que, al tiempo que levantaba tabiques, en algún lugar del mundo era un mito. Un mito con todas sus consecuencias, incluido un falso rumor sobre un suicidio épico en medio de un concierto. Todo esto, claro, era antes de que YouTube o Spotify nos conectaran con todos los rincones musicales del mundo. La historia del reencuentro de Sixto con su leyenda viene contada en un documental increíble: «Searching for Sugar Man». Unos fans sudafricanos terminan localizando al músico a mediados de los 90. Sixto estaba vivo y llevaba 20 años sin apenas cantar. Pero voló a África y fue recibido por aquellos jóvenes, algo más cascados, como el mesías reencarnado. Hollywood no hubiera parido mejor guión.

Mientras Sugar Man maldecía su suerte sobre el andamio, un tal 'Trinche' Carlovich desparramaba su talento en la segunda división del fútbol argentino de los 70. Hablamos de Rosario, la patria del escritor Fontanarrosa, el loco Bielsa o Leo Messi. Pese a cohabitar con tales dioses, es Carlovich el protagonista de la literatura oral. Apenas jugó un par de partidos en Primera; no existen imágenes de vídeo ni documentos que acrediten su talento, pero en los viejos cafés de Rosario se mantiene viva la leyenda de que aquel fue «el mejor futbolista de Argentina». Sus «tacos, caños de ida y vuelta, goles de bolea, mejor que Diego Maradona, viste» llenan horas de conversación. Al mito, sin embargo, le faltó compromiso. Un poeta en medio de un fútbol que acababa de descubrir la disciplina física. Eligió Central Córdoba, el tercer equipo de la ciudad, para simplemente disfrutar del juego. Por eso solo le conocen en Rosario. Por eso, quizá, es un mito.

Se preguntarán qué pintan Sugar Man y el 'Trinche' dentro del 'Trenet a Vallejo' cuando no estamos para lirismos y nos estamos jugando lo que nos estamos jugando. Pienso, en primer lugar, que sería un desagradecido si no compartiera estas maravillosas historias que me llegaron a través de amigos. Creo igualmente que estas maravillosas historias lo son, sobre todo, porque las protagonizan otros. Nos encantan los cuentos de perdedores y a veces caemos en la tentación de regodearnos en la nostalgia. Recordar los buenos tiempos de tal o cual entrenador. El compromiso de aquellos jugadores. Los cuatro goles de Caszely una mañana en Madrid contra el Rayo. Aquella Copa que el Estado no nos reconoce.

Las historias de Sixto Rodríguez y el 'Trinche' nos hablan del poder de la memoria y de la capacidad de los pueblos para fabular. También hablan de nostalgia. De segundas oportunidades. Y de fracaso y amargura. Son sabores muy pegados a la grada de Orriols y que alimentan la cultura de club. También son sentimientos muy poco competitivos que en ocasiones han sido más un lastre que un estímulo.

Yo sólo quería un pretexto para compartir con ustedes estos personajes que me acompañan desde hace años. Así que si no tienen planes para esta noche de impaciencia, de nervios antes de la batalla, les sugiero que busquen los documentales de Sugar Man y el 'Trinche' Carlovich. Echen una lagrimita de congoja y piensen en las vueltas que da la vida. Mañana, cuando despierten, dejen el romanticismo en casa y preparen las pinturas de guerra. Es momento de aferrarse al presente y defender algo tan poco lírico como la victoria. Es noche grande en Orriols.

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