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Bombeja agustinet

Hartos del Madrid

El Bernabéu es un parque temático. Las gradas suelen estar plagadas de turistas de ojos rasgados, el público sigue el partido a través de los móviles (¡el ansia humana por crear! Aunque sea una imagen lejana del ídolo), los ultras son el tren de la bruja y Florentino el villano de Spiderman, el Osborn-Dafoe aburrido del dinero y que se entretiene con sus disfraces. Seguro que también hay gente adorable y honrada del Madrid, como no podía ser de otra forma (conozco a unos cuantos, de hecho), pero seamos honestos: en este mundo del fútbol en que cada día hay más estulticia e intereses, los valores que irradia el Real no son los que un padre querría para sus vástagos. Enfrente está hoy el Llevant. No les voy a vender lo de la superioridad moral. Sencillamente creo que existen otras forma de ser grande.

Por el palco de Orriols rara vez aparece algún empresario de cierta entidad. El de Mestalla históricamente ha sido escenario donde cerrar transacciones agrícolas (y en las últimas décadas «cau» de políticos encausados). En el del Bernabéu lanzan otro confeti, no menos fétido: los ministros, los banqueros y los ejecutivos de las grandes empresas suspiran porque se les invite. Les encanta la hospitalidad de Pérez, que les dedique un minuto, una sonrisa. Aquel palco es el ágora de la impunidad y del tejemaneje.

Como en cualquier parque temático, el Bernabéu tiene en nómina una legión de superhéroes. Nuestras televisiones públicas y privadas ya se encargan de hacernos saber cuáles son sus poderes, si tienen halitosis y su marca de calcetines. Pero son superhéroes de pandereta, en un escenario de cartón-piedra. El Bernabéu y su miedo escénico son un farol, una ilusión óptica, una patraña. Cuando saltas al césped, hay que ser muy consciente de todo esto. Para ganarles solo hace falta creer que son once tipos como tú. Y por supuesto que el trencilla esté a lo suyo y no pensando en los gintonics con bayas de enebro que sirven en el palco, que no se haga en los pantalones, vaya, por la presión tácita.

Hay quien dice que el Bernabéu ruge, pero yo solo he escuchado el tintineo del poder en el balconcillo y a unos cientos que reclaman la herencia de don Pelayo. Hubo un tiempo en que el Madrid fue otra cosa: un equipo señor y tal. Eso dicen. Pero es difícil conciliar tanto poder con el señorío. El camello y el ojo de la aguja, etcétera.

Me hastían partidos como el de hoy. Le echas testosterona, juegas mejor y el trencilla pita penalty y expulsa a Iborra. Se acabó. O ganas 0-1 pero todo el mundo habla de la crisis de juego del Madrid, y el triunfo es por demérito del rival. Casi te sabe mal. O te meten cinco. O te dicen que no les ensucies la camiseta. O acaban con la carrera de un árbitro que no le consiente la enésima bravuconada al forzudo de los brazos en jarras. Me sabe fatal por mi amigo Toni Calpe, pero aquel Madrid yeyé suyo no tiene nada que ver con el actual.

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