Tristes y resignados abandonaron el sábado Orriols los levantinos, muchos de ellos mascullando entre dientes que nos vamos a Segunda, de cabeza, y otras lindezas tan alarmistas o más. Lo decíamos en la previa: la victoria ante el Granada era uno de esos pequeños grandes pasos que había que dar para cambiar la dinámica del equipo. Pero no sucedió. Se falló en un par de momentos clave; es el tipo de cosas que pasan en un estadio de fútbol. Y por dos o tres detalles se pasó del optimismo y la tranquilidad de los tres puntos al desánimo más absoluto. Así es el fútbol. Y sin embargo, algo esencial ha cambiado en la grada de Orriols en los últimos años. Hace tiempo que una correlación de detalles viene creando cierto abismo entre la grada y el club y el equipo. Es obvio que donde antes existía un colchón de paciencia hoy anida una ansiedad indisimulada, y se pasa del blanco al negro en un suspiro. Lo cierto, sin embargo, es que, objetivamente, el Llevant no mereció la derrota y que, desde que Rubi tomó las riendas, juega mejor y crea más ocasiones. Eso es así. Y en otro tiempo hubiese sido suficiente para que la grada, en su mayoría, ofreciese un voto de confianza. Y sobre todo, su aliento incondicional. Pero algo se ha roto.

El Llevant afronta la vuelta de Copa en Cornellà con la necesidad de marcar si quiere pasar a octavos, pero sobre todo de recuperar sensaciones. Es un encuentro mucho más importante de lo que parece: una victoria y pasar de ronda serían un bálsamo para la cercenada autoestima del grupo. El míster se haría un flaco favor a sí mismo si ofrece demasiadas ventajas con el once titular. Hay futbolistas que necesitan continuidad y que les salgan bien las cosas. Y el grupo precisa ajustar su entendimiento sobre el campo. Además, Cornellà ofrece una oportunidad, antes del siguiente reto en Liga (ni más ni menos que San Mamés), para que los titulares y los jugadores importantes demuestren que son falsas las acusaciones de indolencia que surgieron también de la grada el sábado, que comprenden y tienen interiorizado que la gran seña de identidad del Llevant del último lustro es la intensidad, que el factor que separa el éxito del fracaso es afrontar cada partido al 120%.

Hay que defender con saña el enorme valor que para el Llevant, en pleno proceso de rejuvenecimiento, tiene la actual hornada de canteranos, pero de poco sirve la calidad que atesoran si todos los miembros de la plantilla no asumen que 120% es la única cifra que deben tatuarse entre ceja y ceja. Con el nivel de estos futbolistas, la valentía de Rubi, la confianza de la afición y ese 120% de intensidad llegarán los goles y las victorias, los puntos y los éxitos. Eso sí: urge un punto de inflexión. Ya conocen aquello de que el fútbol es un estado de ánimo. Una victoria convincente hoy podría cambiar las cosas. Pero ojo: porque cualquier atisbo de indolencia podría ser letal.