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Tiempo de juego

Cerrado por derribo

Cerrado por derribo

No es cosa de ayer; sucedió mucho antes. Lo veníamos advirtiendo. El club que perseguía ser una marca internacional, se ha convertido en una burda imitación. Frío, insípido y sin ángel que lo guarde. Vulgar.

Tan poco reconocible, que causa desapego. El valencianismo vive observando la defunción de un equipo, el suyo, desesperado al ver que nadie lo asiste. Anda metido en otra cosa el club. Distraído en otros menesteres. No sabemos muy bien en qué, pero la preocupación debe ser otra. Tal vez encargando más metros de lona y bloques de ladrillo para la Ciudad Deportiva. O perfeccionando el inglés de los empleados para matizar ante los medios, las palabras del entrenador. Quién sabe si reuniéndose con posibles candidatos para complementar el cuerpo técnico, la dirección deportiva o el departamento de marketing. Cualquier cosa es posible. Hasta ocultar la lista de convocados. Para qué. Tan trascendentes como los semáforos paritarios.

El Valencia se ha convertido en una dolorosa parodia sin gracia, donde puedes encontrar a tu patrocinador incitando al mundo a que apueste contra ti o al enmascarado sin máscara sangrando por la nariz. Tan dramático como escuchar en el campo del líder «Cheryshev, te quiero» o «Gary, quédate», en la casa del colista. No hay nada más doloroso que morir de amor.

Es difícil ser respetado si no se empieza por respetarse a uno mismo. Es tal el desgobierno que, los más fieles al proyecto, ya se preguntan si realmente existe como tal y lo más preocupante: cuál es su finalidad. No hay ser humano que aguante semejante despropósito. Ahora mismo, todo son sospechas. El recelo se ha instalado en todos los estamentos del club, asistiendo cada jornada que pasa a un: «Sálvese quien pueda». Desde el despacho más elevado hasta el primero de los vestuarios. Todos se miran de reojo; ya nadie confía en nadie. Hablamos, obviamente, de aquellos que tienen poder de decisión. El resto son figurantes.

Peter Lim ha cancelado sus visitas, Layhoon está optando por seguir el mismo camino y los jugadores que lo sienten, ya no se muerden la lengua respecto al resto. Gary, merece capítulo aparte. Es tal su incapacidad para dirigir que su presencia empieza a despertar cierta compasión. Triste.

El equipo deambula moribundo, no siendo más que el fiel reflejo de su entrenador. Sin liderazgo, sin alma, sin pasión. En menos de un año, ha pasado del cielo al infierno y, viendo que ese fuego ya no quema, se ha dejado llevar. No conceden entrevistas, cada semana hay un nuevo asistente con pizarra sobre el césped y, en unas semanas, el responsable del grupo abandonará sus funciones para irse con su selección. Tan alarmante como real: en cierto modo, el Valencia es un milagro.

El club ha dejado de creer en sí mismo, vive a la defensiva y es muy probable que, ante la falta de explicaciones y al desuso de la razón, esté arrastrando consigo al seguidor más sufrido hacia la indiferencia, harto de ver cómo algunos se empeñan en taladrar un corazón, podrido de latir. Y eso, sí que es preocupante...

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