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Otro año sin camiseta blanquinegra

Es probable que no haya ningún club de fútbol en el mundo que posea un abanico más amplio de equipaciones históricas que el Llevant UD ni quien lo tenga más fácil para poder elegir el segundo uniforme cada año. De hecho, una gran parte de la afición granota cree que la entidad debería mantenerse al margen del mercadeo periódico de combinaciones cromáticas para respetar siempre como segunda la que fue habitual del Llevant FC antes de la fusión, la blanquinegra. Un año más se constata, tras la presentación oficial de las zamarras, que ni Quico Catalán ni el resto de su consejo tienen ni esa pizca de sensibilidad por la historia y la identidad del club que dirigen.

La temporada pasada ya se tocó fondo con una combinación roja y azul para el uniforme principal en las antípodas de las «barras azulgrana de tu clásico jersey». Esta vez el pretexto para ningunear, de nuevo, el blanquinegro del Llevant FC es un diseño pijamil color celeste sin ninguna relación identitaria con el club. El mar, dijeron. Como si el mar fuera celeste y Homero daltónico. Desde la campaña 2009-10, la del centenario, el Llevant no ha vuelto a enfudarse la combinación clásica blanquinegra (sí algunas inspiradas en ella). De hecho, han pasado siete años desde entonces y el club, oficialmente, sigue mirando de reojo al presidente-fundador del Llevant FC, José Ballester Gozalvo, probablemente el levantino más ilustre de todos los tiempos. Tal vez esa es su penitencia: haber sido ministro de la República Española en el exilio. En la estampa suya que nos ha llegado de 1911, Ballester luce la blanquinegra y el brazalete de capitán. En realidad son dos caras de la misma moneda.

Tras el acto de presentación de Macron algunos prohombres del levantinismo estallaron de indignación. Hay quien está convencido que desde el club se ve con animadversión al levantinismo de origen marítimo y a los que simpatizan con él; también a los que claman y exigen respeto por la historia del club, y por supuesto a los que siguen pidiendo el reconocimiento de la Copa de la España Libre de 1937, una reivindicación a la que, sorprendentemente, el club ha renunciado. Es increíble que en el año 2016 se pueda escatimar la simbología y el palmarés de un club de fútbol por motivos ideológicos. Pero al final no nos quedará más remedio que creer que así sucede en Orriols.

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