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Bombeja agustinet!

Una afición de primera

Paco Machancoses, «Mancha», me viene a la mente cada dos por tres. Fue un «bouet», un «stopper» de los que entregan su vida en cada balón dividido, un Gatusso, un camarada si el marcador pierde toda lógica y raya la humillación. «Mancha» no fue bendecido por el destino con la precisión de un arquero elfo, pero tenía todas las cualidades que un entrenador „Muñiz, por ejemplo„ necesita para construir un equipo guerrero, que suelen ser los que triunfan: corría más kilómetros que nadie, encimaba al contrario, robaba balones y, cuando hacía falta, insuflaba las dosis de fe necesarias. Mancha jugó en el Llevant FC en los años 20 y una anécdota le regaló la inmortalidad en el imaginario levantino.

En aquel tiempo, si un equipo valenciano recibía a un rival de entidad, buscaba la complicidad del resto y pedía en préstamo futbolistas emblemáticos, en nombre de la valencianidad. En el año 22 el Valencia recibió al FC Barcelona y requirió la presencia de «Mancha» en sus filas. Por aquel entonces el escudo del club se añadía a la camiseta con unos «clecs». Así, al lavar las zamarras no se estropeaba el sagrado emblema bordado. «Mancha» sorprendió a propios y extraños cuando saltó al césped con la camiseta del FC Valencia y el escudo del Llevant FC, de barras blanquinegras y senyera valenciana, en el pecho. «Mancha» no concebía otra cosa y actuó tal cual le salió del alma.

El fútbol ha cambiado mucho desde entonces. Los jugadores se besan el escudo alegremente y, al hacerlo, la mayoría no piensa en gestos legendarios como el de Machancoses, que les parecen un anacronismo, sino en su millonaria ficha anual, gracias al «club de sus amores». El negocio es enorme para ello y para los que les envuelven. Y está bien así. Todos ganan. Se mueve la economía. Y es justo que el protagonista principal reciba sus emolumentos. Sin embargo, apenas reparan en los que sostienen este circo, los que realmente saben valorar gestos como el de «Mancha», los que aman sus colores más allá de éxitos y disgustos.

Muchos futbolistas se creen con derecho a la pataleta cuando algo les irrita y, a menudo, cometen la desfachatez de olvidar que habitan unos cuantos años luz por encima de la realidad. Los hinchas „los levantinistas, en este caso„ mueren de dolor por un descenso, mientras los que se visten de corto apenas piensan en ello, aunque se besen el escudo. Casos como el de Machancoses son hoy un pellizco de fidelidad a una afición transportado desde otro tiempo, pero deberían servirnos para comprender cuál es el único camino del Llevant UD (club + equipo + afición) para recuperar su lugar en la elite: dejar al margen cualquier tentación de mirarse el ombligo y poner la vida en cada lance para conquistar el único objetivo: el ascenso a Primera. Y así ganarse el sueldo y el respeto de los 11.000 «machancoses» que ya se han sacado el pase. Ellos merecen hasta el último aliento de los que se esfundan el clásico jersey. Son una afición de Primera.

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