El fútbol es un deporte sinfónico en el que cada componente juega su papel. Bajo la batuta „y el juicio„ del esférico, el tempo cardíaco de miles de aficionados sufre, vive, y revive al unísono. Un esfuerzo coral donde no hay prueba ni ensayo, en el que cada actor conoce a la perfección el lugar a ocupar sobre el escenario, sin un guión predeterminado que permita anticipar el resultado de la sinergia mística que se genera en torno al balón.

La relación entre el graderío y el equipo es volátil, frágil, y humana. Vive instalada en una complejidad indescifrable de emociones que navega siempre en una franja de grises, abarcando desde el amor más apasionado, hasta el odio más encendido.

Acostumbrados a aficiones que devoran mitos a la misma velocidad que construyen sus héroes del hoy, la relación entre Muñiz y el Ciutat no es una historia de amor a primera vista. De hecho, no fue la primera opción de Tito para tomar las riendas de la nave granota en su misión de regreso hacia la máxima categoría del fútbol español.

Una vez transcurrida la primera vuelta del campeonato, el legado del técnico ya puede intuirse en Orriols, donde se ha impuesto de forma unánime el pragmatismo ideológico sin ningún atisbo de disidencia. Una buena demostración de ello se pudo presenciar en el encuentro de ayer, en el que el líder fue incapaz de controlar el énfasis ofensivo de los numantinos durante el tramo final del choque. Desde el banquillo se optó por sacrificar a un presunto jugador de ataque como Morales, para apuntalar el eje de la defensa con la entrada de Saveljich.

El partido vivió sus últimos instantes con los levantinistas enclaustrados en su propio campo, con una rígida defensa de cinco, un único delantero, y ansiosos por escuchar el pitido final que amarrara de forma definitiva los 3 puntos en casa. En otro tiempo quizás el caldo de cultivo perfecto para una sonora pitada que censurara el conservadurismo del entrenador. Nada más lejos de la realidad. Puede que fuera a causa de la penitencia vivida durante años de barro y plomo, o simplemente, por la conciencia colectiva en torno al objetivo común (y trascendental en términos de estabilidad económica) del ascenso, pero por encima de todo una cosa queda clara: el mayor artífice de la reconciliación entre afición y equipo, es el preparador asturiano.

El Levante „en todos sus estamentos„ vive a las órdenes de Muñiz. Un hombre práctico, coherente, y con una honestidad intelectual que impregna sin complejos su pizarra, sus decisiones y su lectura del juego. Un referente que no basa su carisma en otra cosa que el trabajo diario. La mejor garantía de certidumbre y estabilidad para el proyecto deportivo azulgrana.