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¿Cuándo?

El Levante pronto volverá a ser equipo de Primera División. Aquello que en verano no era más que un desiderátum colectivo ha pasado en pocos meses del pronóstico a la certeza absoluta, a la espera de que los números sumen y de este modo se ponga fecha a una celebración que ya se da por segura en todos los estamentos del conjunto azulgrana.

No es para menos. Si bien es cierto que el juego del equipo deja mucho que desear, especialmente en casa, la estadística es tozuda e inapelable. En los últimos 14 partidos -un tercio sobre el total de los que conforman el campeonato- la escuadra dirigida por Muñiz ha conseguido apuntarse ni más ni menos un 88 por ciento de los puntos en liza en su casillero. Unos números que rozan lo grosero, jamás vistos en Orriols, y que apuntan sin complejos a una temporada con una clasificación histórica y de récord en la categoría.

En un año en el que para los levantinistas más allá del tercero no hay vida, el sumatorio de puntos es el leitmotiv que impulsa a la hinchada a acudir al estadio a ver a su equipo cada jornada, por encima y a pesar de todo. Porque como elemento de ocio o espectáculo los asistentes al choque de ayer frente al Almería tuvieron una infinidad de alternativas mejores en la cartelera de eventos propia de un día grande como el 19 de marzo en la ciudad de Valencia; el tributo al padre, el último vistazo al elenco de monumentos falleros, el adiós a la orgía de pólvora y ruido de la mascletá, o el merecido reposo tras el fervor etílico tan propio de estas fechas.

Aunque sorprendentemente hubo gente que tuvo tiempo para cumplir en todos los frentes, la realidad es que más de uno aprovechó la matinal para coger color y eliminar toxinas. Porque fútbol, lo que se dice fútbol, más bien poco.

A excepción de unos minutos iniciales en los que el Levante supo anular al rival mediante una presión grupal agresiva y eficaz, el equipo local volvió a firmar de nuevo una actuación gris, tediosa, y por momentos hasta esperpéntica, especialmente en el tramo final del partido, con un Lerma incapaz de canalizar el juego ofensivo, y de nuevo, una discreta actuación de Jason que acrecentó las dificultades defensivas por el carril diestro, y con un guión general que ya comienza a ser habitual: acumulación compulsiva de hombres arriba, poca velocidad en el juego interior, y movilidad a cuentagotas, suministrada siempre por un Roger inconmensurable.

Al término del encuentro el inquilino del banquillo levantinista afirmó que sus jugadores supieron sufrir y competir, cuando de no ser por el efecto inmunizante de la victoria, pena máxima mediante, la autoflagelación futbolística a la que los jugadores granotas sometieron al público bien pudo haber costado el triunfo.

Pero no importa. Parece que el destino, algún tipo de divinidad, o el karma han conferido al Levante un manto de invencibilidad. En algún momento el yunque de la adversidad ha decidido cambiar de acera, y con ello, el granota tan sólo tiene en mente una pregunta: ¿Cuándo?

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