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Muñiz, el éxito del entrenador tranquilo

Rechazó una suculenta oferta del Rayo después de darle el 'sí quiero' a Tito e impregnó a la plantilla de su seriedad, su disciplina y su capacidad de trabajo

Muñiz, el éxito del entrenador tranquilo

A Juan Ramón López Muñiz (Gijón, 48 años) le gusta pasear por el centro de València. El fin de semana que el fútbol se lo permite suele detenerse en el Pont de Fusta, acompañado de su familia, para observar con ojos de aficionado a los que juegan en los campos de hierba artificial del viejo cauce del Túria. Allí, con la afabilidad asturiana que siempre le acompaña, Muñiz reparte saludos a los levantinistas que le paran para felicitarle -y también agradecerle- por la temporada. Con alguno de ellos Muñiz se ha ido a casa charlando sobre el equipo, los jugadores, los rivales, el fútbol... Conversaciones de levantinista a levantinista.

Así es Muñiz. Un entrenador tranquilo, serio, trabajador y directo. Justo. Con el sello de los técnicos que empiezan en los banquillos desde abajo una vez cuelgan las botas. Aunque Muñiz ya era entrenador cuando jugaba. De hecho, estudió el curso de entrenador mientras era futbolista. «Sabía de mis limitaciones y quería ser mejor tácticamente para compensarlo», señalaba en una entrevista a Levante-EMV.

Tito ya lo conocía. Fueron compañeros en Soria, donde coincidieron en el Numancia poco antes de que el central asturiano se retirara. Precisamente, Muñiz dijo adiós en Los Pajaritos en 2002 al terminar un Numancia 1- Levante UD 2. La misma victoria con la que empezó el camino de este último ascenso granota. De aquel partido Muñiz guarda el balón firmado por sus compañeros.

Todo ello, su experiencia en el Málaga (con el que también ascendió) y su última temporada en el Alcorcón, en la que rozó la promoción, motivaron la llamada de Tito y Carmelo del Pozo, muy amigo de Muñiz, como Juande Ramos, con el que habla a menudo por teléfono.

Compitió, sin saberlo, con Sergi y Milla por el puesto, y en la entrevista personal que mantuvo con Tito acabó de convencerle de que era el hombre del ascenso.

Hubo acuerdo, pero de palabra. Días después, el Rayo Vallecano le hizo una oferta con mejores condiciones económicas. En el Levante UD se inquietaron y le llamaron. «Tranquilos, os he dado mi palabra y yo cumplo mi palabra», contestó Muñiz. Cumplió.

El primer día de la pretemporada miró a los ojos a los futbolistas y les dijo que no importaba lo que había pasado la campaña anterior. Todos comenzaron de cero. Y así sucedió con jugadores como Rafael, que se ganó su confianza en los entrenamientos y se quedó.

En el día a día, Muñiz demostró ante el vestuario y los empleados del club que su personalidad casaba con el proyecto diseñado para subir. Implantó en el estilo de juego del equipo su carácter. Pragmático, disciplinado, sacrificado, trabajador. «No me gusta vender burras. No puedo prometer algo que no puedo cumplir», repetía mientras el Levante UD se disparaba en la tabla. Porque «el doctor», como le apodó Pau Ballester desde la megafonía del estadio, también es comedido. Sus comparecencias públicas no han dejado grandes titulares para la prensa, pero su mensaje, por insistente acabó por calar.

El sábado por la noche, después del final del partido, Muñiz sonrió con la calma del deber cumplido. «Ha sido una temporada espectacular. Tengo una expresión que siempre digo que es 'a destajo' y los futbolistas me la cantaban ahora, pero es que es así», explicaba con luz de Primera en la mirada. Había escapado de la ducha de champán en el vestuario y se fue a celebrarlo con los suyos, con su familia. De camino, en la zona mixta, se fundió en un abrazo con Quico Catalán, quien daba por hecha su renovación. Dos hombres felices.

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