Cuando los vecinos de Gata entren el domingo en el cine la Paz, tendrán la sensación de que aquí dentro, en esta sala con aforo para 450 espectadores, el tiempo se detuvo en 2003. Fue ese año cuando, tras la proyección de Mi gran boda griega, el cine bajó el telón. Cerraba una sala emblemática en la Marina Alta que entonces explotaba Juan Bautista Salvá Mulet. Ahora, 12 años después, Antonio Signes, nieto de Francisco Signes, quien en 1925 puso en marcha este cine, vuelve a abrir la Paz y lo hace sin experimentos. «Quiero que sea un cine a la antigua usanza. Que haya descanso en las películas para que los espectadores puedan subir a la cantina y comentar la película», afirma.

Antonio Signes lleva dos años trabajando en la rehabilitación de la sala. En 2003 y en los años posteriores, declinó varias ofertas de compradores que querían derribarlo para levantar pisos. Nunca renunció a la idea de volverlo a abrir. Su abuelo, que era carpintero, hizo con sus propias manos los antiguos palcos. Antonio Signes no le ha ido a la zaga. Se ha arremangado para reparar la cubierta, reponer la moqueta dañada y tapizar las butacas. Ha conseguido que el cine no pierda su esencia. Adaptado, eso sí, a las nuevas normativas, mantiene la estética de siempre. «Los espectadores que acostumbraban a sentarse siempre en las mismas butacas, podrán, ahora que vuelven al cine, reconocer su sitio», precisó Antonio.

La recaudación de la primera película, la comedia de Bill Murray Amarás a tu vecino, se destinará íntegra a Cáritas. Antonio Signes avanza que, además de filmes de restreno, en el cine se proyectarán películas para el público inglés, alemán y árabe (en Gata hay un importante colectivo marroquí). La Paz quiere ser un referente social y cultural.

Su propietario sabe que no se va a hacer de oro. Aspira a cubrir gastos y a ver como en la Paz renace la vieja magia del cine. Está estudiando poner las entradas a cuatro o cinco euros. Y animará a los vecinos a que sugieran las películas que quieren ver. Seguro que a algún nostálgico se le pasa por la cabeza pedir Ben-Hur, que se proyectó en jueves santo. La entrada costaba una peseta y el cine se llenó a reventar.