Los clientes más difíciles son aquellos enamorados de la arquitectura. El joven arquitecto José Moragues Puga, de Singular Studio, se ha enfrentado a un encargo complicado. Debía diseñar una casa en ese pedestal de la nueva arquitectura que es el acantilado de la cala Sardinera de Xàbia. Le tocó lindar con el espectacular y premiado chalé ideado por Ramón Esteve. Y su cliente, de nacionalidad lituana, le daba instrucciones muy precisas (y sorprendentes) de cómo quería que fuera su vivienda: sobriedad absoluta y muros y paredes de hormigón crudo, que no disimularan en absoluto las imperfecciones del fraguado. Moragues viajó a Lituania, convivió con su cliente y se metió en su piel y su cabeza. Y entendió su inclinación, casi cultural, por esa arquitectura austera (toda una contradicción para un chalé que, sin duda, es de lujo) y de acabados que, en su imperfección, tratan de emular a la espontánea y sabia naturaleza.

«El primer muro lo tratamos para mejorar el acabado. Pero el cliente nos dijo que quería el hormigón natural y que no corrigiéramos ningún defecto», explica Moragues, quien precisa que la estética de esta casa entroncaría con la arquitectura brutalista que inauguró Le Corbusier con su predilección por el betón brut (hormigón crudo).

En los muros y también en las paredes interiores, saltan a la vista las imperfecciones, las coqueras (burbujas y agujeros del hormigón), las destonificaciones y los ásperos ángulos. Esa naturalidad del hormigón es deliberada y logra el propósito de integrar la vivienda en el abrupto acantilado.

Este chalé, al contrario que sus imponentes vecinos, no quiere destacar. La planta superior, en la que están el garaje y las habitaciones de invitados, se sitúa a la misma cota que la calle, con lo que no tapa la vista del mar. La parcela, de 1.600 m2 y que al propietario le costó un millón de euros, hace una curva. El arquitecto lo ha resuelto con un diseño de planta en «L». La habitación principal ocupa el lado más corto, que protege al resto del chalé del viento del norte.

El salón, abierto con grandes cristaleras a la terraza y la piscina y al mar y el Cap Prim, es tan sobrio como el resto de la casa. Los dueños han optado por una decoración mínima. El paisaje y la luz exterior, tan ricos en matices, son el contrapunto a una economía arquitectónica que también se trasluce en los materiales, dado que solo se ha utilizado hormigón, madera, cristal y acero. «Hemos hecho un esfuerzo titánico para integrar la vivienda en la parcela y el paisaje», subraya el arquitecto.