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Autobiografía

Un cura labriego contra los alacranes del clero

Las memorias del vicario del Poble Nou de Benitatxell Joan Antoni Bolufer, que ven la luz a los 42 años de su muerte, destapan tejemanejes y rencores en la Iglesia

El sacerdote saluda a Franco en Xàbia ante el ministro Navarro Rubio. levante-emv

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En 1967, con 77 años de edad, Joan Antoni Bolufer Devesa ya no tenía necesidad de congraciarse con nadie. Retirado en su pueblo, el Poble Nou de Benitatxell y achacoso, empezó a teclear en una máquina Olivetti los retazos de su vida. Hijo de carabinero, nació circunstancialmente en Pilar de la Horadada, el destino que entonces tenía su padre. Desde pequeño mostró inclinación por «las cosas del clero». Las dos profesiones para huir de la miseria del campo eran la de carabinero (luego guardia civil) y la de sacerdote. Sus memorias arrancan con ingenuidad, pero ya esbozan resentimientos familiares por las herencias.

El vicario narra vivencias con las que se hubiera identificado cualquiera de sus coetáneos de la Marina: el trabajo en el campo, la elaboración de la pasa, el hambre de la posguerra, el «miedo y el horror» de bajar a la pesquera (la modalidad de pesca en los acantilados), la economía del trueque. Relata con pelos y señales sus viajes a la Ribera y l´Horta (Alzira, Alberic, Silla, Alfafar, Castellar, Corbera y Llaurí) a cambiar pasas por arroz. Dice de la posguerra que ya «no había peligro de que nos mataran a tiros, pero había peligro de que nos mataran a hambre».

El sacerdote reivindica sus orígenes humildes. Acepta el reproche que le hacen en el clero de ser un vicario «rústico, labriego y grosero». «Sí que es verdad que he trabajado mucho la tierra y también el mar. Y a gala y a honra me lo tengo, porque ¿qué sería del mundo si no hubiera labriegos y marineros? ¿Qué comerían esos señoritos alfeñiques que nunca han abierto un surco en la tierra?».

Él mismo se describe como un cura sin ínfulas, que prefirió que le mandasen a mandar y que por ello se conformó con su función de vicario. Lo fue en Altea, Teulada, Ondara, Benitatxell, Gata, Xàbia y Alberic. También ejerció seis años de párroco de Tous, un destino que al principio le resultó ingrato. «Tous es un pueblo de los peores de la diócesis. No tienen de cristianos más que se bautizan, se casan y se entierran por la Iglesia. Allí no va casi nadie a misa».

El cura «labriego» da rienda suelta a su vena crítica en las últimas páginas de su mecanoscrito, que ahora ha revisado Josep Buigues Colomer y que ve la luz a los 42 años de la muerte de su autor (lo han editado el Ayuntamiento del Poble Nou de Benitatxell y Edicions del Bullent). Avisa de que ve la situación de la Iglesia «muy negra», dado que los curas cuelgan la sotana y pasean «vestidos de maniquí». «Es lo mismo que lo que ocurre con los camaleones y algunos saltamontes que cambian de aspecto y color según el sitio en que estén». A esos «curitas jóvenes» les advierte de que les pasará lo mismo que «a los escorpiones o alacranes», que «se devoran unos a otros».

El vicario incide en que, tras 44 años en el clero y tras ser coadjutor de 14 párrocos, sabe de lo que habla. Tuvo encontronazos con el cura de Gata Alejo Sendra y el de Xàbia Gregorio Llorca. Al primero lo tacha de «celoso y receloso, malpensado y malicioso». Del segundo, al que censura que se le pegaran las sábanas (en el café «se dormía como un chivo») y llegara tarde a los oficios, dice que «su padre era tratante de burros y burras y también marchante o traficante de cerdos, e iba vendiendo y cambiando burros y burras, lo cual es el oficio propio de los gitanos».

También desvela cómo el «Palacio» (el Arzobispado) lo removió de su plaza de cura de Tous y accedió a darle el destino que ansiaba desde hacía tiempo, el de vicario de Xàbia. Entonces el informe del párraco para elegir alcalde era preceptivo. Joan Antoni Bolufer se negaba a que la alcaldía la ocupara Ramón Ortega, «el más rico del pueblo», pero «irreligioso, ateo y blasfemo». Además, expone el sacerdote, Ortega era «amigacho» de Elías Olmos, el canónigo archivero de la Catedral de Valencia, quien «se llevaba del Ramón buenos paquetes de embutido y alguna garrafa de aceite». «Yo era el estorbo, la piedra de choque para poderse realizar el plan preconcebido». «Es muy lógico que D. Elías se pusiera en inteligencia con el Sr. Vicario General y tal vez con el Sr. Arzobispo y con el que fuese necesario para que yo fuese nombrado coadjutor de Xàbia». La anécdota retrata el poder político de la iglesia durante el franquismo.

Josep Buigues Colomer, autor de la edición revisada de la «Autobiografía curiosa y diversa del vicario Joan Antoni», se imagina al sacerdote «con la sotana negra hasta los pies, la punta del cigarro en los labios, los dedos amarillos del tabaco, inclinado sobre el moderno artefacto (la máquina Olivetti) para escribir envuelto en una espesa niebla de humo». Tecleando con un dedo de cada mano, dio forma a estas valiosas memorias.

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