Ecosomnis nació hace seis años. Sus dueñas ponían en marcha una ecotienda de proximidad en la Marina Alta. Eligieron Pedreguer. En una coqueta plazoleta, la de Sant Cristòfor, empezaron a tejer relaciones con los vecinos y los clientes. Sin tirar cohetes, pero el negocio funcionaba. Su filosofía era la de las tiendas de pueblo de toda la vida. Pero la competencia se ha vuelto demasiado fuerte. Las grandes superficies apuestan por los productos ecológicos e incluso hay cadenas especializadas en ese sector. En realidad, lo ecológico, la proximidad y el trato vendedor-cliente se avienen mal con comprar en un supermercado. Sin embargo, las grandes empresas han descubierto el tirón de lo «bio» y se han lanzado de cabeza.

Ahora Ecosomnis está en el alero. Sus propietarias, eso sí, se resisten a cerrar. Y han iniciado una campaña que, de funcionar, podría convertirse en una fórmula de supervivencia para el pequeño comercio tradicional. Quieren que sus clientes den el paso de hacerse de alguna manera socios. De hecho, la idea es socializar el negocio. La campaña permitiría a los clientes comprar los productos a precio de coste (el descuento aproximado sería de un 25 %). A cambio, abonarían cuotas muy asequibles, de 12 euros al mes la individual, de 18 la familiar y de 25 la de las asociaciones.

María José Torres, que es una de las propietarias, está convencida de que el sistema puede funcionar. Con ese dinero, estaría cubierto el alquiler del local y los salarios de las tres trabajadoras. El negocio pagaría los otros gastos, que saldrían del margen de beneficio de los clientes no asociados.

El futuro del comercio del pueblo pasa por fidelizar a los clientes y hacerles partícipes de que la pervivencia de estas pequeñas tiendas depende de ellos. Si la idea cuaja, se abre una fórmula de viabilidad para los negocios de los pueblos.