Pedro García sabe exactamente el día en el que se torció su suerte. El 7 de agosto de 2008 sufrió dos infartos seguidos. Todo empezó a desmoronarse. «Mi vida laboral era el mar. Tenía 30 años cotizados. Pero, con la enfermedad, ya no pude volver a trabajar», explicó ayer este vecino de Xàbia de 49 años. «Desde entonces hemos caído en picado».

En septiembre de 2007, esta familia numerosa (Pedro y su mujer, Dolores Zoyo, tienen cuatro hijos) adquirió un piso en el casco antiguo de Xàbia. Está en la cuarta planta y hay que subir a la fuerza por las escaleras, ya que la finca, de unos 50 años, no tiene ascensor. El matrimonio firmó con el banco una hipoteca de 136.000 euros. Como a tantas familias, el banco le dio crédito para el piso, los muebles y los electrodomésticos.

«Sí, fue una locura. Pero, en aquel momento, debíamos decidir entre comprar una vivienda o pagar un alquiler que estaba por las nubes. Con la hipoteca pagábamos 900 euros al mes y el alquiler nos salía por entre 700 y 800 euros», explicó Pedro. «Además, trabajábamos los dos y cada mes entraban en casa casi 5.000 euros».

Pero este vecino, que era patrón de pesca, ya no pudo salir a faenar tras el infarto. Tuvo que malvender su barca. Y Dolores, de 39 años, perdió su trabajo de limpiadora. La crisis les golpeó de lleno. «Llevo tres años buscando trabajo y no me sale nada; sufro depresión», afirma ella.

El matrimonio ya da por perdido el piso. Su abogado de oficio les ha dicho que el banco ejecutará más pronto que tarde el desahucio. No le tienen apego a una vivienda que se ha convertido en una pesadilla para ellos. Pedro tiene reconocida una invalidez por los infartos (luego sufrió un tercero) y sufre problemas de columna y cadera. Sabe que con el tiempo se quedaría confinado en el piso al no poder bajar las escaleras. Mientras, Dolores padece asma. «La vivienda es muy húmeda. En invierno se llena de moho», indica.

De ahí que la familia pida al Ayuntamiento de Xàbia que le facilite un alquiler social. «Es eso o nos quedamos con nuestros cuatro hijos en la calle», afirma el padre. «Por nosotros dos no nos importa, pero están los críos», advierte, e incide en que en el municipio los bancos poseen cientos de viviendas vacías.

Pedro recibe por su invalidez una ayuda mensual de unos 500 euros. Mientras, los Servicios Sociales de Xàbia ayudan a la familia con otros 140 euros, que les permiten comprar comida, productos de higiene y ropa y calzado para los menores, tres chicas y un chico.

«Nuestro futuro pasa por un alquiler social. Con los ingresos que tenemos no podemos pagar 200 ó 300 euros de un alquiler libre, ya que nuestros hijos se quedarían sin comer», advierte Pedro.

El matrimonio subraya que la Constitución reconoce el derecho a disfrutar de una vivienda digna. Esta familia, como tantas otras, no levanta cabeza tras una crisis que la ha abocado a la pobreza. En 2007, cuando se compraron el piso, tenían un proyecto de vida. Pero todo se ha ido a pique.