El próximo 18 de abril será la última vez que de su vetusto equipo de música salgan los acordes de La Internacional. El himno proletario con el que se sirven las paellas desde hace más de 40 años en Casa Pinet dejará de sonar mientras sus dueños descuelgan los retratos del Che, La Pasionaria o Joan Fuster y las banderas cuatribarradas y republicanas. Ese día es la fecha elegida por la familia Moncho Ferrer para bajar para siempre la persiana de este restaurante-museo de Tàrbena (la Marina Baixa) y marchar al exilio.

Tras más de dos años de lucha con el ayuntamiento por seguir en el local municipal que vio nacer este peculiar negocio en 1974, los propietarios han decidido cerrar de forma definitiva. No hay acuerdo posible. Y tampoco quieren enredarse en interminables juicios.

Casa Pinet, un santuario comunista, un negocio a contracorriente que mantenía viva la máxima fusteriana del «País Valencià serà d´esquerres o no serà», hace mudanza. Sus dueños se llevarán recuerdos y espíritu a Alcalalí, en la Marina Alta.

Este pueblo no dista mucho de Tàrbena. Por en medio, queda el Coll de Rates. Los dueños de Casa Pinet ya tienen apalabrado un nuevo local, mucho más amplio que el actual, donde también antes hubo un restaurante (los Arcos). Así lo ha confirmado Jeroni Moncho Ferrer, actual gerente e hijo del alma máter de este negocio, convertido en el último santuario rojo de la provincia.

«No vamos a estar donde no nos quieren», lamenta el restaurador, tras reconocer que, pese a los múltiples intentos de llegar a un punto de unión con el gobierno local, no les ha quedado otra solución. «A veces una retirada a tiempo es una victoria. Si al Ayuntamiento de Tàrbena no le importaba perder Casa Pinet, ha logrado que nos marchemos», añade.

Casa Pinet abrió sus puertas hace 43 años en un bajo ubicado en la plaza del pueblo que es propiedad del ayuntamiento. Jeroni Moncho Pascual firmó un contrato de arrendamiento. En la parte superior del bar se ubican las oficinas de la Casa Consistorial. El contrato se estuvo ampliando sin problema hasta que en noviembre de 2014 venció la última prórroga. A partir de ahí, y ante la falta de acuerdo entre las dos partes implicadas, el gobierno local, formado por un concejal del PP y tres del PSOE, inició un expediente de desahucio.

Desde entonces, se ha intentado sin éxito renegociar un nuevo contrato. El bar pasaría de pagar de alquiler al ayuntamiento unos 100 euros mensuales a 450. Pero el conflicto no es económico. Los propietarios de Casa Pinet reclaman un contrato de larga duración, de ocho años con posibilidad de prorrogarlo otros tantos. El consistorio ofrecía cuatro años de alquiler y luego los arrendatarios debían sentarse otra vez a negociar. También les daban la posibilidad de trasladarse a la piscina municipal por 20 años.

El pasado 20 de marzo las dos partes tenían que verse las caras en el juzgado. Pero antes de esa fecha, los propietarios del restaurante ya comunicaron al ayuntamiento su decisión de cerrar. Lo harán tras la Semana Santa.

«Nosotros lo que queremos es trabajar y vivir tranquilos, pero también tener una seguridad que el Ayuntamiento no nos ofrecía con un contrato de cuatro años», afirma Jeroni Moncho Ferrer. También explica su negativa a aceptar la otra oferta municipal: «Casa Pinet no se merece estar en una piscina municipal, donde puede entrar un niño con el bañador mojado y echar a perder parte de nuestro patrimonio».

Su nuevo proyecto pasa por hacer en Alcalalí una réplica de la actual Casa Pinet. Se llevarán toda la decoración. Mantendrán ese ambiente de santuario comunista. Ofrecerán la misma gastronomía autóctona. Y reforzarán la vena cultural del negocio. Abrirán a finales de junio o principios de julio. Casa Pinet sigue en la lucha.