Son las 9.30 horas y las clases del aulario de Sagra, que forma parte del Colegio Rural Agrupado de la Rectoria, están vacías. Los alumnos preparan en el patio la función de fin de curso. Y menos mal. La temperatura en las aulas es en este momento de 30 grados. Y subiendo.

El aulario carece de aire acondicionado. Su orientación hace que desde buena mañana ya le dé el sol de lleno. La tutora de Primaria, Marola Pina, explica a este diario que el problema de que las clases se caldeen lo sufren «desde hace años». Antes de la crisis, se abrieron en cada una de las dos clases (una de Primaria y otra de Infantil) y en la pared que enfrenta con la que sí tiene cristaleras dos ventanucos. Circula una brizna de aire. Pero en días de canícula como estos últimos la sensación dentro de las clases es de bochorno.

Los padres compraron el jueves dos ventiladores, uno para cada clase. Remueven el aire, pero la temperatura no baja. Dar clase en estas condiciones se hace casi imposible.

«Por suerte, el curso ya está casi acabado. Ahora hacemos actividades en el patio. El lunes iremos a la piscina y el martes tenemos el final de curso de toda la Rectoria», explicó la maestra.

Sin embargo, el aire acondicionado se hace del todo imprescindible. Cuando en septiembre se inicia el curso, la temperatura en las aulas llega a los 33 grados. La escuela ha estado cerrada y acumula calor.

En el aulario de Sagra estudian 12 niños. La Asociación de Madres y Padres de Alumnos se ha ofrecido a pagar la instalación del equipo de refrigeración. Pero el ayuntamiento no da el visto bueno. No quiere pagar el incremento en la factura eléctrica.

Esta escuela se reformó no hace muchos años. Las clases son amplias y soleadas (demasiado soleadas). Es una bendición para Sagra mantener la vida que da este aulario. Además, el próximo curso se incorporan tres nuevos alumnos. Los niños y los padres están encantados con la escuela. Sólo falta que llegue la reivindicada bocanada de aire. Acondicionado, claro.