La solidaridad obra milagros. Calp, un municipio del litoral que recibe cada año a miles de turistas, no tiene miedo a la hora de abrir el grifo. Le llega agua de la montaña. En ese desfiladero imposible que es el Barranc de l´Infern, en la Vall de Laguar, mana el líquido que sacia la sed de Calp. Ese trasvase es para el municipio del Penyal d´Ifac una bendición.

La exposición Calp, fets d´aigua, organizada por el ayuntamiento, Aguas de Calpe y Global Omnium Aguas de Valencia, reivindica esa colaboración hídrica entre el interior y la costa. La muestra, comisariada por el cronista local Mario Molines, es muy didáctica. Los escolares entenderán al primer vistazo por qué hay que ahorrar toda el agua posible. Analiza el ciclo integral del agua y propone rutas del agua por el término calpino (antiguas fuentes, lavaderos, pozos, balsas...).

Pero resulta sobre todo interesante descubrir cómo este municipio ha exorcizado la pesadilla de la falta de agua. Para el turismo no hay peor noticia que los cortes de suministro. Calp tiene agua de la montaña. En un magnífico audiovisual, los alcaldes de las últimas décadas, los socialista Violeta Rivera y Luis Serna, Ximo Tur, del Bloc, y los populares Javier Morató y César Sánchez, coinciden en que el trasvase del pozo Lucifer (está a un paso de la fallida presa d´Isbert, en el final del Barranc de l´Infern) y la creación de la mancomunidad de Vall de Laguar, Murla y Calp (su constitución supuso legalizar el trasvase) han sido fundamentales para garantizar el abastecimiento en Calp.

La muestra descubre un artilugio curioso, un telómetro. Se utilizaba antiguamente para medir la turbiedad del agua. Si a través del tubo, mientras caía el agua, se podía leer un periódico, el líquido era fetén.

El suministro en Calp es también complejo. Una red transversal de 11,6 kilómetros lleva el agua al gigantesco diseminado.