El patrimonio etnológico de la Marina Alta descubre nuevos usos. Los molinos hidráulicos, tan habituales en las explotaciones agrícolas de la comarca, hace tiempo que se caen a trozos. Se abandonaron cuando, a finales del XIX, la agricultura se fue al garete con la filoxera, que atacó a las viñas del moscatel. Pero ahora los molinos, los de viento (aquí la Marina Alta es una potencia, dado que, con 29, tiene el conjunto más importante de la Comunitat) y los hidráulicos, renacen. El turismo y las rutas etnológicas les dan una segunda oportunidad.

La empresa Sella Golf, propietaria del campo de golf que, diseñado por José María Olazábal, se inauguró hace ahora 27 años, ha visto claro que el viento vuelve a soplar a favor de los molinos. Ha restaurado uno de estos vestigios de la arquitectura rural tradicional. Amenazaba ruina y estaba dentro del campo de golf. Se construyó en el siglo XVIII. Ahora vuelve a funcionar. El pasado 11 de noviembre, el día exacto que la Sella Golf cumplía su 27 aniversario, las aspas, pintadas de un llamativo rojigualda, volvieron a girar. El sistema respondió como un reloj. Bombeó agua a la también remozada balsa de riego.

En medio de un campo de golf, un molino hidráulico y una balsa pueden tener más función que la de recordar a los jugadores que se encuentran en un entorno rural especial.

El molino está entre los hoyos 4 y 5 del recorrido Gregal. Antes de convertirse en un campo de golf, estos terrenos, que están junto al parque natural del Montgó, fueron la explotación agrícola de la Alquería de Ferrando. Ese propietario mandó en el siglo XVIII construir esta infraestructura hídrica. Su finca de moscatel abarcaba más de 12 hectáreas.

La presidenta de la Sella Golf Resort, Mara Bañó, destacó ayer que es «una obligación mantener nuestras señas de identidad». La arquitectura rural, con los molinos, riuraus o casups, es memoria y paisaje de la Marina Alta.