Óscar Palacio Tomás se guardó la baza infalible, la del helado «aromas ancestrales». Así bautizó a una elaboración de pasa moscatel de Jesús Pobre, naranja sanguina de Pedreguer, aceita de oliva y flor de almendro infusionada. Era el helado que quería presentar en la final en Madrid del concurso del mejor sabor de helado artesanal. «Preferí ir sobre seguro. Mi otro helado, de manzana al horno con chocolate blanco tostado, había gustado mucho y lo repetí en la final», explicó ayer este joven de 32 años. Dio en el blanco. Ganó el concurso y se ha convertido en el mejor maestro heladero de España. Su otra elaboración fue un helado Sacher blanco. Lo de blanco era para despistar, ya que el sabor era de intenso chocolate negro. Ángel Rodado le ayudó a crear estas exquisiteces.

Óscar regresó ayer a Pedreguer tras coronarse como uno de los grandes artesanos de los helados. «Claro que estoy muy contento. Es un reconocimiento a lo que hago. Apuesto por los productos naturales y de aquí. Este concurso demuestra, además, que los helados de aquí están en la vanguardia; no tienen nada que envidiar a los italianos».

La tradición le viene de familia. Sus padres, Francisco Palacio y Maite Tomás, crearon en 1994 la empresa Helados Palacio. Comenzaron con la horchata y los granizados. Óscar y su hermana, Miriam, aprendieron desde pequeños el oficio. Con 22 años, Óscar se lanzó a la investigación y a los helados. Es experto universitario en la elaboración artesanal de helados. La empresa familiar ha entrado con él en la nueva dimensión de la innovación, la investigación y la expansión. Palacio Helados Naturales sirve sus productos a las heladerías y a la restauración. Este último sector está desestacionalizando los helados. Es un producto tan bueno que ya se consume todo el año. «Estamos creciendo. Estamos convencidos de ir por el buen camino al apostar por la calidad y los productos naturales. No paro de investigar. Y disfruto mucho». Óscar Palacio crea en el obrador de Pedreguer helados que saben a la tradición y la naturaleza de la Marina Alta. El de «sabores ancestrales» suena a gloria.