La Marina Alta puede presumir de banderas azules. Ha revalidado las 15 del pasado año. Pero esas playas son solo la punta del iceberg de su riqueza litoral. Hay calas en las que nunca ondeará la bandera azul pero que a la calidad de sus aguas color turquesa suman historia y pintoresca (adjetivo muy de moda en la era del Instagram) belleza. Una de ellas es la de Llebeig, en el Poble Nou de Benitatxell.

Quizás sea la última cala de la comarca en la que el tiempo se ha detenido. Se ha salvado del urbanismo desaforado. Los antiguos y humildes casups de piedra de los pescadores dibujan un paisaje prácticamente perdido en el litoral de la Marina Alta. De esa esencia marinera sólo queda alguna reminiscencia en el barrio de Baix la Mar de Dénia y en las casitas de la playa de la Barraca y de la avenida del Tío Català de la Granadella de Xàbia. Pero la expresión más genuina y casi fosilizada está en la cala de Llebeig.

Además, este litoral conserva la aureola del secreto. Sólo se puede llegar a pie por senda (también en barca, claro está). El camino no es fácil. Culebrea por acantilados y barrancos. Salta a la vista por qué esta cala fue un nido de contrabandistas. Las covetes, peculiares construcciones de piedra en seco que cierran recovecos del acantilado, guardan la memoria del estraperlo y de la dura vida de los pescadores y labradores. Remiten a un tiempo en el que el mar y esta abrupta costa eran territorio de padecimientos y supervivencia.

Mientras que en otros puntos del litoral de la Marina Alta el turismo ha borrado la historia y ha impuesto la idea del paraíso, la cala de Llebeig es una rendija al pasado. Todavía sigue aquí viva la memoria de los carabineros, los vigilantes de costas y fronteras cuyo real cuerpo se creó en 1829. Se les conocía como «plantones» por las horas que permanecían oteando el horizonte. Fueron leales a la República. Un letrero recuerda que en esta playita de cantos rodados tuvieron un destacamento.

El Llebeig trae viento de memoria. Sin bandera, pero con historia.