Es un fenómeno difícilmente explicable. El crecimiento que registró España —y, muy especialmente, la Comunitat Valenciana— en los años de bonanza previos a la crisis se sustentó en la burbuja inmobiliaria a costa de la industria, que, a pesar de ser el sector clave para la competitividad de un país, fue perdiendo peso en el PIB paulatinamente. Fue una especie de suicidio colectivo. Ahí se encuentra en buena parte la explicación de por qué España —y la Comunitat Valenciana— están tan mal. No es cuestión de volver a señalar con el dedo a nadie, pero, por contextualizar, es conveniente recordar a los industriales que detraían parte de sus beneficios para invertir en el entonces tan rentable ladrillo o los bancos y cajas que solo tenían ojos para el sector inmobiliario o las administraciones que se llenaban la boca de las bondades de la innovación y en la práctica se quedaban ahí, en la palabra.

Lo asombroso, por tanto, es constatar cómo España se dejó caer en brazos de la construcción y abandonó su industria, que fue el sector clave, por otro lado, del desarrollismo de la dictadura franquista, es decir, el que nos empezó a sacar de pobres. Ahora que el país va de pedigüeño por Europa y que el coco está en Berlín resulta sangrante comprobar cómo en el año 2000 la industria representaba aproximadamente un 20 % del PIB español y que ese porcentaje fue descendiendo con los años hasta caer al 15 % en 2010, donde se detiene Eurostat, lo que tal vez evite una cifra más sonrojante. Por contra, la participación del sector secundario en el producto interior bruto alemán se ha mantenido, con algún altibajo, en el 25 % durante toda esa década. Unos datos que valen más que mil palabras.

Y es que los datos, precisamente, ilustran con meridiana claridad la trascendencia del sector secundario. El informe Temas candentes de la industria española para 2012, presentado esta semana por la consultora PwC, es muy revelador. Con dos millones de empleos, la industria invierte anualmente 28.000 millones de euros, aporta el 45 % de la inversión nacional en I+D, acapara el 65 % de las exportaciones españolas y destina 2.600 millones al año a mejorar el medio ambiente. Hay más argumentos: La industria es el sector que crea más valor añadido por trabajador; el empleo en este sector es de mayor calidad, con tasas relativamente bajas de temporalidad; es la principal actividad exportadora —ahora que las ventas al exterior son vistas por todos como la tabla de salvación para una economía con la demanda interna paralizada—; invierte cinco veces más en I+D por cada euro ingresado (un factor esencial para la competitividad) que en los sectores no industriales; es «la locomotora de los servicios de alto valor añadido» y es «el entorno natural donde se desarrollan las carreras tecnológicas y de donde surgen casi todas las técnicas modernas de gestión empresarial». ¿Quién da más?

El citado informe reclama un plan estratégico para los próximos años que englobe a la totalidad del sector y que plantee «una política industrial clara» que tenga en cuenta los conceptos tantas veces repetidos y pocas veces atendidos de la productividad, la inversión en I+D, la innovación o la internacionalización. Los expertos de PwC aseguran que hay una evidente relación entre la productividad y el tamaño, dos de los males endémicos de la industria española. «El primero de ellos es el acceso a los mercados internacionales y, por lo tanto, la posibilidad de acceder a proyectos globales», apunta la consultora, que añade que «la escala también permite el acceso al talento, así como la obtención de financiación y capacidad inversora o la sistematización de la inversión en I+D». Las estadísticas son bien claras al respecto: la productividad aumenta conforme la empresa es mayor y alcanza las cotas más elevadas con firmas de más de mil empleados. Otro dato revelador es que el 54 % de las compañías alemanas tienen más de 250 trabajadores, por solo un 29 % de las españolas. Toca ganar tamaño.

El informe asegura también que, contrariamente a lo que se piensa, las causas de la baja productividad española no están en los costes laborales por hora, que se sitúan por detrás de la mayoría de países europeos: «Más allá de la poca flexibilidad del mercado laboral español, el absentismo (más del doble que en Europa) y los costes industriales, especialmente los energéticos, son los motivos que explican» este fenómeno crucial para la competitividad del país. Por eso, PwC recuerda la posición unánime del sector industrial «a la hora de reivindicar un marco regulatorio, estable y competitivo» de los costes energéticos.

La consultora opina que la industria española tiene «un problema de reputación», porque se la vincula con problemas medioambientales y «se tiende a considerar un elemento del pasado en lugar de un ingrediente clave para el desarrollo». Por eso, insta a que «ponga en valor lo que aporta a la economía española» y airee algunos de los datos ya mencionados, además de que el 85 % de los dos millones de empleos que genera es fijo.

No se olvida la consultora de otra de las clásicas recomendaciones a este sector: la globalización. Recuerda que la mitad del comercio mundial es de productos industriales e insta a las compañías españolas a «apostar por la deslocalización de aquellos servicios de menos valor», porque «se ha demostrado que las que así lo han hecho, no solo no han perdido empleo en España, sino que lo han creado, centrándose en aquellos que son de alto valor añadido».

Por último, el informe insiste en que un factor clave para ganar competitividad es la innovación y apunta al respecto que «la industria española necesita desarrollar nuevos productos, mejores procesos de fabricación o formas nuevas de comercialización que le permitan diferenciarse en el actual entorno hipercompetitivo». Añade que el sector «ha realizado grandes esfuerzos en esta materia, pero son más bien recientes y los resultados en materia de I+D precisan tiempo para consolidarse». Y puntualiza que el país sale mal parado en la comparación con los competidores europeos, de modo que «todavía existe un diferencial tanto en el nivel de esfuerzo como en la distribución entre los agentes públicos y privados». Sin embargo, pese a que, «para innovar, las personas son fundamentales», «la industria manifesta que el modelo educativo español no aporta lo que ésta necesita». Así que el informe aboga por «revitalizar profundamente la formación profesional —la industria es el destino y debe marcar las competencias y la calidad esperada—», además de propiciar el acercamiento y colaboración entre las universidades y las escuelas de negocios.

¡Qué bueno que nos hubiéramos dedicado a corregir tantos errores cuando había recursos a mansalva! ¿Estaremos a tiempo?