Sseis años después de la celebración de la Copa del América y con la Fórmula 1 finiquitada Valencia es una ciudad desnortada. Su ayuntamiento es el tercero más endeudado de España en términos absolutos y la Generalitat no cuenta con recursos para promover iniciativas ambiciosos. Alicante, por su parte, vive una situación similar. El municipio está intervenido por el Ministerio de Hacienda en virtud del plan de pago a proveedores. Castelló se mueve entre la discreción y la indiferencia del resto de España. Ninguna de las tres capitales de la Comunitat Valenciana podría recibir hoy el calificativo de ciudad creativa. El concepto ha sido acuñado por el consultor Charles Landry, autor del libro «La ciudad creativa» y autor de un índice de ciudades creativas que a partir de diversos indicadores mide la capacidad de una urbe de convertirse en nodo y foco de atracción y desarrollo en el nuevo contexto del siglo XXI.

El análisis parte de la base de que un mundo globalizado como el actual, la innovación y el desarrollo ciudadano ya no van a estar liderado por naciones o estado tradicionales, sino por ciudades, como protagonistas de ecosistemas innovadores capaces de superar los paradigmas industriales. «La ciudad creativa no se basa sólo en el impulso del arte, de las nuevas tecnologías o de las clases creativas. La cuestión es implicar en la transformación de la ciudad a todos sus habitantes, a las organizaciones, empresas y también a la clase política», afirma Landry. Cinco ideas fuerza caracterizan a la ciudad creativa: Curiosidad, imaginación, creatividad, innovación e invención. El objetivo es marcar un horizonte a largo plazo, equilibrar lo nuevo con lo viejo y crear las condiciones para que las personas se conviertan en agentes del cambio. O lo que es lo mismo, que los distintos actores caminen en la misma dirección o, al menos en el mismo sentido.

No parece que este sea el caso de Valencia. El nodo tecnológico metropolitano vive desconcertado. Los institutos tecnológicos situados en el Parque Tecnológico de Paterna afrontan una dura fase de reconversión acosados por una Generalitat incapaz de proporcionales oxígeno presupuestario. A su vez, el Ayuntamiento de Valencia sigue sin definir los usos de la dársena del Puerto. La transformación urbanística de la fachada marítima debería haber convertido esta zona de la ciudad en motor de innovación y actividad cultural y en consecuencia en imán de talento, capital e inversiones. Todas las promesas y buenas intenciones han quedado en el cajón en meros titulares de prensa. El famoso «hub tecnológico» que proponía Carlos Moreira, de la firma suiza de seguridad informática Wisekey, pasó como un esbozo sin concreción. Y la esperanza de que la Copa del América y la Fórmula 1 generasen empresas de alto valor añadido se ha esfumado.

En una autonomía como la valenciana, cuya economía hasta la llegada de la burbuja inmobiliaria estaba tradicionalmente ligada al empuje industrial de sus ciudades medias, la crisis ha dejado un páramo arrasado. Ahora sólo los clústers industriales exportadores concentran actividad de relieve. Ford Almussafes y su parque de industrias auxiliares, las empresas azulejeras de Castelló o la dispersa pero potente industrial agroalimentaria emergen como clavos ardiendo a los que agarrarse. Mientras, las principales ciudades se abocan a la invisibilidad, con una clase política sin ideas y sin rumbo.

Xavier Ferrás, decano de la facultad de Empresa y Comunicación de la Universitat de Vic, señalaba esta semana en un artículo de opinión publicado en La Vanguardia que el paradigma poscrisis requiere de la contribución de la ciudad. Las condiciones necesarias son «una intensa red social, rica en contactos personales y en relaciones de confianza, y una cultura orientada a la iniciativa personal». Además aboga por favorecer una cultura emprendedora y «una cultura que impregne a la administración, que estabiliza las reglas de juego a largo plazo, fomenta la ciencia de excelencia y provee de financiación de alto riesgo para proyecto emprendedores».

El ejemplo vasco

Ferrás pone como ejemplo de territorios convertidos en ecosistema innovadores Finlandia, Baden-Württemberg, Massachusetts, Israel, Corea del Sur o el País Vasco. Esta autonomía, la más industrializada de España, ha hecho una fuerte apuesta por potenciar la innovación. La agencia vasca de innovación Innobasque es el canal empleado para esa misión. La ciudad de San Sebastián fue designada en mayo la segunda ciudad más creativa de Europa por detrás de Gante, según los indicadores ideados por Charles Landry. En este estudio participaron también Perth, Bilbao, Oulu, Letterkenny, Cardiff, Brest, Lorient, Vannes, Gijón, Avilés, Coimbra, Sevilla, Donegal o Dos Hermanas. Ferrás también cita a Barcelona como corazón de una «potente red social innovadora»