La profunda reestructuración financiera que ha vivido España en los últimos años ha trastocado completamente el panorama de entidades que había antes de la crisis, con el exterminio de la mayoría de cajas de ahorros, pero, además, ha conllevado un repliegue general en la red de oficinas en un país que tenía una de las mayores tasas de bancarización del mundo. Como consecuencia de este proceso se ha producido una considerable reducción en el número de sucursales „más de 5.000 al finalizar 2012„, bien porque las fusiones o absorciones han obligado a suprimir las duplicidades, bien por la indicación de reducir tamaño impuesta por Bruselas a cambio de ayudas a entidades nacionalizadas como Bankia o bien por la necesidad de cerrar los establecimientos menos rentables y racionalizar la estructura. Del paisaje urbano ha desaparecido, por goteo, un número relevante de oficinas, pero no tanto como para perturbar el servicio a los clientes. Cosa bien distinta ha sucedido en las pequeñas poblaciones, donde la rentabilidad de las sucursales era inferior y de donde se han marchado en desbandada entidades de todo tipo. El sindicato UGT ha denunciado en diversas ocasiones en los últimos meses el avance progresivo de la exclusión financiera. Según la Unión Nacional de Cooperativas de Crédito (UNCC), el 8 % de la población se encuentra ya en esa situación. Buena prueba de ello, por ejemplo, son las 32 poblaciones que Bankia, heredera de Bancaja, ha dejado sin oficina bancaria en Valencia y Castelló por el obligado cierre de establecimientos marcado por Bruselas. En otras poblaciones de un tamaño mayor, lo que se ha producido es que ha acabado por quedarse solo una entidad, motivo por el cual la mayoría de sus habitantes ha cambiado de banco.

Es ahí donde las cajas rurales, según las diversas fuentes del sector consultadas, consideran que se abren numerosas oportunidades para este sector que también ha sufrido con crudeza la crisis. Se trata de una vuelta a los orígenes, al mundo rural del que nacieron y en el que, a partir de los años ochenta del pasado siglo, padecieron la competencia sobre todo de las cajas de ahorros. En la Comunitat Valenciana, se ha producido una gran concentración, especialmente en torno a Cajamar, con sede en Almería, que ha absorbido a Ruralcaja, su anterior gran competidor en España, pero también a Caja Campo y Castelló, además de integrar en su grupo a una veintena de cooperativas que mantienen su idiosincrasia y su vinculación con sus territorios de origen. El sector también ha tenido que reducir oficinas por las operaciones de fusión, pero en un porcentaje, según la UNCC, muy inferior (el 6 %) al 20 % de las cajas de ahorro.

Sin embargo, el cooperativismo de crédito considera que el medio rural sigue siendo su tesoro, porque, además, nacieron para estar vinculadas a ese ámbito, y, pese al citado repliegue de oficinas, está poniendo énfasis en provocar los menores daños posibles en esas poblaciones. A este respecto, fuentes de Cajamar aseguran que en el proceso interno de concentración han evitado cerrar «en aquellas poblaciones donde íbamos a ser los últimos». En otros casos, en localidades donde había, por ejemplo, tres oficinas del grupo «hemos dejado una o dos». Todo con el propósito de mantener el servicio y, paralelamente, captar la clientela que otras entidades ajenas al cooperativismo han dejado huérfanas. Además, algunas entidades del grupo Cajamar y otras independientes como Caixa Popular ya han empezado a ocupar las posiciones, de una forma tímida, que bancos y cajas han dejado libres. Esta última cooperativa va a abrir este año una oficina en Llíria, en el establecimiento que antes ocupaba CaixaBank (Banco de Valencia) y prevé seguir ese mismo camino en años posteriores.

El mapa de las rurales deja bien claro cuál es el territorio natural de estas entidades, si bien es cierto que, al igual que el negocio, se acabaron expandiendo fuera de su ámbito en los años de bonanza, motivo, sobre todo en lo que respecta a la explosión de crédito inmobiliairo en el que incurrió una mayoría, que propició la ruina de alguna de ellas, como Ruralcaja. Según la UNCC, de las 133 oficinas de cooperativas de crédito que hay en Castelló, solo 20 están en la capital provincial, mientras que en Alicante la cifra baja a 17 de 171 y en Valencia sube a 65 de un total de 380. Poblaciones de gran tamaño, como Elx (9), Benidorm (2) o Gandia (8) tienen una presencia más bien testimonial de rurales. En el conjunto de España, estas entidades tienen una de cada tres oficinas en poblaciones de menos de 5.000 habitantes y un 14 % del total de 4.832 se ubica en localidades con menos de mil.

Las cooperativas, según afirman las fuentes del sector consultadas, tienen una ventaja añadida sobre algunos competidores y es que no tuvieron que pedir ayudas púbicas para sanearse „lo hicieron con su propio músculo„, tienen solvencia, las que están bien, y liquidez, con lo que se hallan en disposición de dar crédito, dentro de las modestas posibilidades de su menor tamaño. Los datos de la Unión Nacional de Cooperativas de Crédito son elocuentes. Estas entidades tienen concedidos 87.000 millones de euros, con una cuota de mercado que ha crecido desde el 5,24 % en 2008 al 6 %. En cuanto a depósitos, alcanzan los 94.000 millones, con un 8,5 % más que antes de la crisis y una cuota de mercado que ha subido del 6,1 % de 2008 al 6,69 %. Cabe puntualizar al respecto que en la Comunitat Valenciana, posiblemente por la concentración y la desaparición de Ruralcaja, los datos del Instituto Valenciano de Finanzas ponen de relieve que las entidades que operan en la autonomía han reducido su cuota de mercado en depósitos del 12, 74 % de principios de 2008 al 12,17 % de junio de 2013, si bien en créditos ha subido en igual período del 8,22 % al 8,78 %.

Mientras las rurales independientes se muestran convencidas de mantener la ruta hacia sus orígenes y aprovechar la actual tesitura para crecer en su ámbito tradicional, Cajamar, la líder del país, también profundiza en esa vía, pero cree que, para competir con la gran banca, es necesario un agrupamiento del cooperativismo de crédito español para alcanzar las cuotas que Rabobank tiene en Holanda o el Crédit Agricole, en Francia, que llegan al 20 %. Son dos modelos de crecimiento, pero ambos desde las raices.