La industria valenciana atraviesa por un momento crítico. La recesión económica está dando la puntilla a un tejido empresarial que lleva desde los años noventa sufriendo la competencia imparable de los países asiáticos. Firmas del mueble, el textil o ligadas a elementos de la construcción se han visto abocadas a la quiebra, al concurso de acreedores o, directamente, han desaparecido. En paralelo, y aunque parezca paradójico, las exportaciones valencianas llevan varios trimestres al alza. Ford ha anunciado la fabricación de nuevos modelos en su planta de Almussafes, la industria agroalimentaria conquista mercados mes a mes y firmas alicantina del calzado han logrado, incluso, equilibrar su balanza comercial sectorial con China, algo que parecía impensable hace unos años. Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística reflejan que en septiembre de este año la cifra de negocio de la industria había crecido un 9,2 % respecto al mismo período del año anterior, mientras que los pedidos habían aumentado un 7,2 %.

Es evidente que se está produciendo un proceso de selección y criba. Pese a todo, el peso de la industria en la economía regional no ha dejado de bajar en la última década. En el año 2000, las manufacturas generan el 19,5 % del Producto Interior Bruto autonómico. Una década después, este porcentaje había caído al 12,8 %. Del mismo modo, el sector secundario contaba a principios del siglo XXI con 403.800 empleos directos que diez años después se habían reducido a 330.100.

Pese a todo, la Comunitat Valenciana sigue por encima de la media española en actividad industrial. Las manufacturas, que en 2000 representaban el 16,4 % del PIB en España, habían caído al 11,5 % en 2010. La economía regional y nacional ha ido desplazándose hacia los servicios.

Estas son las tendencias. Sin embargo, la Generalitat, en compañía de patronales y sindicatos firmó hace unos meses la denominada Estrategia de Política Industrial Visión 2020 con unos objetivos cuanto menos ambiciosos: Tratar de elevar de nuevo el peso industrial al 20 % de la riqueza autonómica. Sin apenas presupuesto público, con un descenso de recursos europeos destinados a mejorar la competitividad y con una fuga notable de capital humano cualificado al extranjero en busca de empleo va a ser complicado invertir los términos de una ecuación que parece imparable. Salvador Navarro, presidente de la Confederación Empresarial Valenciana, coincide en que el objetivo del 20 % es quizás demasiado ambicioso. No obstante señala que la Comunitat Valenciana cuenta con infraestructuras que pueden servir de atracción a grandes empresas tractoras internacionales, como está ocurriendo con la Ford. «Nosotros solos seguramente no podemos, pero si se cierra el Corredor Mediterráneo se pueden poner en valor infraestructuras como el Parc Sagunt y atraer inversiones», afirma Navarro.

Jordi Palafox, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universitat de València, tiene una visión algo más pesimista. A su juicio el objetivo del 20 % es inalcanzable. «Tendrían que producirse una conjunción improbable de revoluciones, desde en la tecnología para hacer irrelevantes los costes de trasporte, hasta en la mentalidad empresarial valenciana, para convencerles de que sin integración internacional no hay futuro, pasando por la percepción de su función por parte de la administración».

En los informes que integran la EPI Visión 2020 se lanza la máxima de que la Comunitat Valenciana necesita hacer productos de calidad alemana a precios españoles. Palafox opina sobre esto que «la maquinaría de precisión, por ejemplo, queda fuera de nuestra estructura productiva. Pero ese no es el problema. La pregunta a hacerse es qué relevancia en el empleo, y en el PIB, puede tener esa producción industrial competitiva. Y mi convencimiento es que será modesto. Lo peor, con todo, es que frente a esta pérdida industrial inexorable sólo hay servicios en su gran mayoría de bajo valor añadido y, por tanto, de bajos salarios».

Para entender en qué contexto plantea su futuro la Comunitat Valenciana hay que analizar su posición en el mercado global. Forma parte de un Estado, España, ubicado en un continente que ha ido perdiendo peso industrial frente a las potencias emergentes asiáticas. Si en 1990, los países que componen el G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) concentraban el 65 % de la producción industrial mundial, en 2010 el porcentaje se había desplomado 18 puntos hasta el 47 %. Por contra China y Corea pasaron del 4 % al 17 %. En volumen de dólares, la producción industrial china ya es la segunda del planeta, echando aliento en la nuca de la industria estadounidense. Japón, que también ha perdido peso porcentual, ocupa el tercer puesto. Alemania, el cuarto.

Palafox cree que, a excepción de Alemania, que se ha especializado en maquinaria de precisión, el continente europeo está abocado a desindustrializarse y que el desplazamiento hacia el este es inevitable. Este profesor, experto en globalización, apuesta por añadir empleos de calidad en otras fases de producción alejadas de las estrictamente manufacturera: La fase previa a la producción, con el diseño, la investigación en I+D+i; la fase logística; y las estrategias de comercialización y marketing, que pueden añadir valor al producto. Aunque la Comunitat Valenciana puede presumir de contar con experiencia en la fase logística, más complicado será aportar valor si el gasto público y privado en I+D+i sigue cayendo. La autonomía está en este apartado por debajo de la media española y a la baja. Visto el panorama global, mal augurio es para el ambicioso objetivo del 20 % industrial si la autonomía ni siquiera es capaz de destinar a investigación y desarrollo el mismo porcentaje de gasto que los países de su entorno.