Uno de los efectos más dañinos de la actual crisis ha sido la fragmentación del mercado financiero y, en consecuencia, la diferencia de costes de financiación en los diversos países de la eurozona. El mercado ha acabado por desintegrarse y ha provocado que los países periféricos, como España, tengan serios problemas para acceder al dinero, tanto el sector público como las empresas y las familias, que soportan tipos de interés crediticios mucho más elevados que los de los países centrales de la UE, con Alemania a la cabeza. La unión bancaria se presenta como la solución a la mencionada fragmentación. Sin embargo, «diversos factores dificultan su avance, que no es todo lo rápido que sería deseable, y cuanto más se demore su puesta en marcha, más se dificultará la salida de la crisis económica», según el último número de la revista Papeles de Economía Española, que edita la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas) y que está dedicado precisamente a esta cuestión.

El catedrático de Análisis Económico de la Universitat de València, Joaquín Maudos, que firma uno de los artículos integrados en el informe, analiza en el mismo cómo la eurozona ha pasado durante la crisis de la integración a la desintegración de su mercado financiero, motivo por el cual la unión bancaria se convierte en esencial. El también investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) explica que en un contexto de crecimiento y estabilidad como el que caracterizó al período comprendido entre el nacimiento del euro y la llegada de la crisis «no generaron problemas» los desequilibrios macroeconómicos que ya padecían los diferentes países de la eurozona. No obstante, «en un contexto de crisis de una magnitud que evoca a la Gran Depresión [de los años treinta del siglo pasado] esos desequilibrios han dado lugar a una Europa de dos velocidades que han fragmentado tanto el mercado real como el financiero». En su opinión, esos desequilibrios acumulados en los años de bonanza en muchos países como España „y cita los crecientes déficits públicos, los elevados niveles de endeudamiento y el déficit en la balanza por cuenta corriente„ «no hacen sino reflejar que el ahorro nacional ha sido insuficiente para financiar un gasto excesivo, en ocasiones por parte del sector privado y en otras por parte del público». Como consecuencia de lo anterior, «cuando se supera un umbral en el que los prestatarios externos pierden la confianza, esa falta de confianza se materializa en crecientes primas de riesgo que abocan a los países más cuestionados a la intervención». Irlanda, Grecia y Portugal acabaron por ser rescatados, mientras que España solo necesitó ayuda para la banca, pero su diferencial con la deuda alemana alcanzó niveles inasumibles. Si debían arriesgarse, los inversores exigían grandes rentabilidades.

Maudos mantiene la tesis de que antes de 2007 la eurozona vivió un proceso de integración financiera que especialmente afectó a los mercados mayoristas, es decir el interbancario (donde se prestan las entidades entre sí y que se cerró tras la quiebra de Lehman Brothers) y el de deuda pública. Cuando llega la crisis, se inicia una fase de retroceso en esa integración que perjudica especialmente a los mercados que habían alcanzado unos niveles más elevados. De esta forma, el interbancario «ha visto aumentar enormemente las diferencias de tipos de interés entre países, siendo cada vez más importante el origen geográfico de las garantías aportadas y del contraparte» a la par que las «enormes diferencias» en las primas de riesgo entre países, además de encarecer en exceso la deuda pública, han acabado por afectar a los tipos bancarios. Por último, han aumentado las diferencias en los costes de financiación de los distintos países. Esta última cuestión tiene una extraordinaria trascendencia, porque resulta que los países más dañados por la crisis, aquellos que precisan de ayuda para poder iniciar su recuperación económica, son los que soportan tipos de interés más elevados, lo que supone un freno para la financiación de sus empresas y familias, es decir, para la inversión y el consumo y, por tanto, se convierten en un factor que ayuda a permanecer en el pozo. Es lo que Maudos califica de «ruptura del mercado único» entre países periféricos y no periféricos.

Diferencias de tipos

El informe aporta datos que ilustran las diferencias y las dificultades de financiación que padecen algunos países, siempre en el supuesto de que la banca libere créditos, que en el caso español, según las quejas patronales, no se está produciendo como sería deseable para este colectivo. Las empresas españolas soportaban en 2007 tipos de interés en préstamos de menos de un millón de euros que estaban un 8,4 % por encima del de sus homólogas alemanas. En 2012, ese porcentaje había subido al 89,6 %, es decir, 271,8 puntos básicos más. En los préstamos hipotecarios, germen de buena parte de los problemas del país, la diferencia era negativa en 2007 en un 4,9 %,mientras que tres años más tarde ya era positiva en un 18,5 %.

Como consecuencia de todo ello, Maudos concluye que para recuperar el terreno perdido es esencial la citada unión bancaria y recuerda que el BCE aduce que «no puede hacer mucho más para que su política monetaria sea más eficaz si el mercado financiero está fragmentado». Este experto recuerda que hasta ahora el «énfasis se ha puesto en el mecanismo único de supervisión», que debe empezar a funcionar en noviembre de 2014, y «que es el más fácil de construir en el actual contexto de crisis». Sin embargo, Maudos añade que «hay que conscientes de que este pilar es insuficiente para conseguir un mercado único si no va acompañado por una autoridad y fondo de resolución y de un fondo europeo de protección de los depósitos. De nada sirve que el supervisor único detecte un problema en un banco que requiera ayuda pública si esa ayuda tiene que ser aportada por una autoridad nacional». Cabe añadir que también de poco van a servir los enormes sacrificios de ciudadanos de países como España si los líderes europeos no ponen en marcha de urgencia los mecanismos que les permitan financiarse a un coste parecido al del resto de los europeos.