La confirmación por el Instituto Nacional de Estadística de que la inflación en España se situó en el mes de octubre en terrenos negativos al descender una décima, algo que no había sucedido desde hace cuatro años, puso de nuevo en la mesa de debate la posibilidad de que España caiga en la tan temida deflación. El mismo día que el INE dio a conocer sus datos, el Gobierno se apresuró a afirmar que el citado descenso es coyuntural y que los efectos que han influido en el IPC de octubre desaparecerán en los próximos meses. El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, también descartó la deflación y auguró que el país acabará el año con una tasa positiva del Índice de Precios al Consumo, aunque estará por debajo del 1 %. Sin embargo, el caso español no está aislado. Entre septiembre y octubre, varios países de la eurozona también registraron valores negativos en una o dos décimas, como Bélgica, Holanda, Italia y Luxemburgo, mientras que el gran motor de la UE, Alemania, se quedaba en cero.

Las alarmas saltaron en Fráncfort, en la sede del Banco Central Europeo (BCE), y es que la inflación europea cerró octubre en el 0,7 %, la menor cifra en cuatro años y muy lejos del objetivo del BCE (2 %). Así, el jueves de la semana pasada, para sorpresa general, la entidad presidida por Mario Draghi acordó una rebaja de los tipos de interés en un cuarto de punto, lo que situó el precio del dinero en un histórico 0,25 %. El banquero italiano fue bastante claro en sus explicaciones: «No creo que Europa vaya a experimentar una deflación a la japonesa, pero esperamos una inflación baja durante un largo periodo de tiempo» y abrió la puerta a futuras medidas extraordinarias si la inflación sigue bajando, que pueden concretarse en otro recorte de tipos, pero sobre todo dejó claro que mantendrá el precio del dinero bajo el tiempo que sea necesario. Además, los últimos datos del crecimiento europeo no ayudan en nada, porque Bruselas certificó el jueves que la eurozona se frenó en el tercer trimestre al crecer solo un 0,1 % frente a las tres décimas de junio, debido sobre todo a la desaceleración de Francia y Alemania.

El catedrático de Análisis Económico de la Universitat de València, Javier Andrés, considera que hay que ser cauto ante los últimos datos sobre los precios, porque una cosa es que la inflación acabe en negativo durante un período corto „dos o tres meses„ que sería transitorio y otra muy distinta es que «las expectativas del consumidor sean que los precios bajarán aún más» y que la inflación esté bajo cero durante varios trimestres, «que es lo que define la deflación de verdad y que en este momento no se está produciendo». No obstante, como coincide el profesor de Economía Aplicada del mismo centro universitario, Andrés García Reche, el riesgo está ahí y, por ello, el BCE se ha decidido a recortar el precio del dinero. Javier Andrés pone énfasis en el que instituto monetario haya informado públicamente de que los tipos seguirán bajos el tiempo que sea necesario, incluso más allá del 0,25 %, para «aumentar las expectativas de inflación, porque si la gente cree que subirán en poco tiempo no tendrá efecto y la gente no se endeudará».

Las consecuencias de la deflación, tal como explica el catedrático de Análisis Económico, son tan perniciosas como una inflación desbocada: «Las empresas producirán menos porque los contratos serán con los salarios y los costes de hoy pero con unos precios que serán inferiores, es decir, vendería a pérdidas. El peso de la deuda para los trabajadores será mayor si los salarios bajan y, como consumidor, esperará a comprar por la expectativa de que los precios bajen aún más. En resumen, las empresas pospondrán la producción y los clientes, las compras, es decir, la ruina de un país».

El también profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València Vicente Pallardó considera, como sus otros colegas, que el problema, aunque ve imposible la deflación en estos momentos, es que las medidas que puede aplicar el BCE «están agotadas» hasta el punto de que las políticas monetarias «están más allá de lo que corresponde». «El 0,25 % es una señal, pero tiene poco impacto si no te dan crédito», asegura antes de mencionar que el Banco Central Europeo podría vincular la liquidez que obtiene de él la banca a los créditos a las pymes como una de las medidas a adoptar. Javier Andrés cree que puede ser más puntilloso a la hora de controlar las expectativas y precisar que no subirá los tipos hasta que el paro baje a un porcentaje determinado o la inflación se sitúe en un nivel equis.

Sin embargo, tanto Pallardó como Andrés García Reche opinan que el problema actual de baja inflación es consecuencia primordial de la contracción de la demanda interna y abogan por que se adopten las medidas necesarias para que se produzca una verdadera recuperación. De nuevo, «ahí se espera a Alemania y a la Comisión Europea», según expresión del primero, quien no entiende cómo Bruselas se encuentra totalmente desaparecida en combate más allá de hacer exámenes a unos y otros y dictar deberes: «¿Por qué no un programa europeo de infraestructuras físicas y tecnológicas que ayude a levantar la demanda, sobre todo de los países periféricos?». García Reche, por su parte, añade la necesidad imperiosa de que los grandes de la Unión, es decir, Alemania sobre todo, tiren de las exportaciones del resto mediante la reactivación de su consumo interno. Curiosamente, es en este contexto en el que la Comisión Europea se ha atrevido por primera vez a abrir un expediente a Berlín para que revise su excesivo superávit comercial y, en consecuencia, aplique medidas fiscales que potencien las compras a sus vecinos europeos.