Querer y no poder. Ese es el reto al que tiene que hacer frente el pequeño comercio valenciano. «Queremos bajar precios pero nos suben el IVA, la luz y el agua, queremos vender producto nacional pero se ha encarecido mucho y han cerrado muchas fábricas, queremos mantener a los empleados pero no tenemos ingresos...». Es la lista de nunca acabar. Una paseo cualquiera por las calles de Valencia evidencia como las franquicias y los grandes almacenes han ido absorbiendo a las tradicionales tiendas de barrio de uno o dos empleados que luchan por sobrevivir aplicando una fórmula casi mágica. «Ajustar precios, ofrecer servicios especializados y trabajar muchas muchas horas dando un trato ejemplar al cliente» es la mezcla que, según Lala, ha permitido que pequeños comercios como su mercería en el barrio de Marxalenes sobrevivan a la crisis económica que comenzó hace más de un lustro. Cada establecimiento añade su ingrediente mágico a la pócima y finalmente, con mucho esfuerzo, fuego lento y falta de gas, algunos propietarios han conseguido salvar su tienda del cambio generacional, el estancamiento del consumo y los nuevos hábitos de compra de los clientes potenciales, la gente joven.

ZAPATERÍAS

Luisa Boluda y Chuiquitín

Entre el producto de importación y el nacional

Maria Luisa Boluda abrió una pequeña zapatería en Benimaclet hace 8 años. Su socio le ayuda a despachar y vender los zapatos baratos fabricados fuera de España que ha empezado a comprar últimamente. Ese ha sido su ingrediente secreto para persistir el impacto de la crisis, sustituir el producto nacional por el de importación. «La gente no quiere pagar los precios de aquí. En estos últimos años se han vuelto carísimos y no son de venta fáfil. Nos hemos acostumbrado a lo barato y es un hábito que persiste», asegura. Esta estrategia contrasta con la de un matrimonio que regenta la zapatería de calzado infantil y juvenil Chiquito, cerca de la plaza del Ayuntamiento. Heredaron hace varios años un negocio familiar especializado en zapatos de tallaje pequeño producidos en el país y a pesar de las dificultades han decidido seguir con esa filosofía y ofrecer un servicio más personalizado. «Es lo que nos diferencia de una franquicia o un gran almacén, si nos piden un color igual que el lazo de un vestido pues lo hacemos». Sin embargo, han visto sus ventas reducidas a un nivel que prefieren no mencionar. La crisis les ha obligado a despedir a la empleada que tenían contratada durante varios años y a comprar menor cantidad de material para tener en tienda. «Así al menos hemos conseguido mantenernos sin pérdidas durante este último año», asegura el matrimonio desde detrás de un mostrador de un metro y medio que ocupa todo el ancho del local.

FERRETERÍA Y PINTURA

Santiago Muñoz y Luis Safón

Hacer frente al bazar

En temas del hogar la problemática es un poco distinta. Santiago tiene 63 años y su pasión es la pintura. Abrió una tienda minúscula hace tres décadas desde la que despacha vestido con una bata blanca . Una máquina enorme de color naranja ocupa casi todo el recinto. «Ha sido mi salvación a la crisis, me ha costado un millón y medio de euros pero me permite fabricar colores y así fidelizo al cliente, cuando quiere pintar, vuelve», asegura. Esta innovación, que para cualquier gran superfície es básica, la combina con servicios extra para los clientes. «Fío mucho porque quiero que la gente esté contenta, hay pintores que me pagan cuando terminan sus trabajos particulares y aunque no gano dinero me mantengo. Soy autónomo y si me jubilo no voy a estar mejor, lo único, me ahorraría un alquiler de 350 euros», asegura. Lamenta que la juventud compra más en los bazares que en tiendas especializadas y que la soledad es la pena del autónomo. Luis comparte la misma opinión. Abrió una ferretería en el mismo momento en el que Santiago inauguraba su tienda, pero la principal diferencia es que la planta baja es de su propiedad y eso le permite tener un empleado que le ayuda y le acompaña. «Si no, hubiera cerrado, vendo la mitad que hace unos años y los bazares y grandes superficies traen productos muy baratos. Entre el IVA, el agua y la luz yo no puedo competir», lamenta. Con una mezcla de entusiasmo y cansancio añade que dos personas no pueden «hacer turnos como los grandes ni ofrecer servicios hasta las tantas» y que sólo les queda «tratar bien a quién cruce la puerta». Todo un reto. A sólo cinco metros de distancia tiene una gran tienda china.

TRAJES INFANTILES

Comunión Mayra

«La gente ya no lleva a las bodas a sus hijos pequeños»

El textil atraviesa por los mismos obstáculos con respecto a las grandes superfícies. Juan Claramony es un ejemplo de aquellos que han sabido mezclar los ingredientes necesarios para la supervivencia. Hace tres décadas abrió una tienda de confección y venta de trajes de comunión y eventos para niños en el centro, y a día de hoy todavía son cuatro las empleadas que sonrientes y uniformadas alegran el local.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. «Hemos podido mantener el personal porque han colaborado mucho y aguantado todo lo que ha venido, si no fuera por ellos, la empresa se hubiera ido a pique», asegura el empresario desde el sillón marrón de su despacho. Detalla que las ventas han bajado porque la gente «no tiene ilusión y compra por necesidad». «Que te inviten a una boda es un engorro y lo último que se te ocurre es llevar a tus hijos y comprarles un traje bonito, hemos perdido esos pedidos», lamenta. Además, los gastos han aumentado. «Antes venían representantes de las fábricas a vender telas y ahora como han cerrado tenemos que ir a las ferias y eso es un gasto extra». Afirma también que la gente joven no tiene el conocimiento textil de la población adulta y no está dispuesta a pagar «un dineral» por una buena confección. «Los hábitos de compra han cambiado y ahora incluso una dependienta puede resultar molesta. El comercio es generacional y la moda actual es comprar barato y sin trato personalizado».

MERCERÍA

Las Gemelas

«Les subo la compra a casa»

Lala, sin saberlo, coincide con Juan aun a pesar de las diferencias de sus comercios. Ella alquila desde hace algunos años una mercería que ofrece sus productos desde hace siete décadas y afirma que «esto es posible porque en el barrio de Marxalenes hay mucha gente mayor». Describe que la población adulta valora más las marcas y que buscan «su Ariel de toda la vida y no un detergente de un supermercado cualquiera que no saben cómo va». Añade que ofrece un servicio de subir la compra a casa sin precios extras y que ha hecho un esfuerzo por mantener los precios. «Los clientes no entienden que un IVA del 21% encarece el producto». «Sobrevivimos por el trato que damos al consumidor y porque hemos diversificado los productos», asegura Lala, la única dependienta de una tienda en la que se vende detergente, ropa interior, botones o hilo de coser.

BODEGAS

Baltasar Seguí, Benimaclet

Venta de vino a granel

La relación con la clientela es tan importante en un ultramarino como en una bodega. «Y la diversificación de productos y las marcas especiales también». Al menos, así lo considera Manolo Seguí, el heredero de una de las únicas bodegas de Valencia que continúa vendiendo vino, mistela y vermut a granel. «Aquí tenemos desde botellas caras difíciles de encontrar a productos que te llevas en recipientes de plástico, esto nos ha ayudado a combatir la crisis», asegura. Además, han retomado el consumo en el interior de la tienda para «dar ambiente» y «conseguir clientes nuevos». La falta de liquidez no les permite reponer el producto con normalidad y han tenido que despedir a «varios» empleados, pero Manolo no pierde la confianza: «El local es precioso y damos buenos consejos, esto no te hace rico pero te da alegrías y espero continuar», declara esperanzado.