«Necesito trabajar para sobrevivir». Éste es el grito de deseperación de una vecina de Faura de 57 años, que ve cómo su limitación económica, sólo percibe un subsidio de 426 euros al mes, y la falta de empleo «están acabando con mi vida», así que persigue un puesto de trabajo que «me haga sentir útil y me permita recuperar mi dignidad».
Después de más de 30 años como cocinera y cinco como conserje en un municipio de Valencia, Ana afronta su octavo año en el paro «sin demasiadas esperanzas» en cambiar su situación, hundida en una fuerte depresión de la que dice que solo podrá salir con un empleo.
Como una muestra de los centenares de casos parecidos que se dan en la comarca, la historia de esta mujer se agrava por su fibromialgia y sus nueve hernias, lo que le otorgan un grado de discapacidad del 41 %, según explica, un problema que le cierra muchas puertas. Sin embargo, insiste en que «mi situación es delicada, pero yo puedo trabajar» por lo que pide ayuda.
Los servicios sociales del Ayuntamiento de Faura le facilitan el pago del agua y la luz, cuando ella lo necesita. Las arcas municipales también le han sufragado el costo de unas gafas nuevas, aunque ella sigue reclamando un puesto de trabajo. A esto se suma la ayuda de las organizaciones no gubernamentales como Cáritas, que le proporcionan algo de comida. «En estos momentos, tengo dos huevos y dos huesos de jamón en la nevera», se lamentaba.
Son muchos lo temores a los que se enfrenta, confiesa, el primero, quedarse en la calle, puesto que cada día se le complica más el pago del alquiler de la casa donde reside. De hecho, reconoce que debe varias mensualidades. Otro de las cuestiones que le atormentan es «no tener nada para echarme a la boca».
Ana asegura haber tocado muchas puertas en busca de un trabajo que le ayude a recuperar su antigua vida con la que era feliz, pero por el momento, con muy poca fortuna.
