Relacionado con la asistencia de cerca de 700 niños a la fiesta de San Blas se han publicado en Levante-EMV algunos artículos con opiniones encontradas sobre la conveniencia o no de que los alumnos de un colegio público asistan a un acto popular, pero religioso, en el que tanto los organizadores como el sacerdote Josep Rondan (todos ellos queridos amigos) han celebrado una misa, han bendecido les coquetes que llevaban especialmente las mujeres en su cestita engalanada y han uncido con aceite las gargantas de los asistentes, incluidos los escolares, en la confianza de que, todo ello, por intercesión de San Blas, les protegerá de las enfermedades de la garganta.

Nací en Sagunto hace casi 80 y he disfrutado, como muchos, de las fiestas y tradiciones de este pueblo. De las que existen y de otras muchas que se han perdido y nada tengo que decir en contra de ninguna de ellas, pero ello no supone que me parezca bien que como una clase práctica de religión se lleve a 700 alumnos a participar en forma activa en un acto religioso por muy popular que sea.

Es posible que ello se contemple en el temario de las clases de religión, pero espero que nadie tilde al discordante de ignorar las tradiciones y de otras cosas peores. Ni tampoco se agreda al que desea una escuela laica en la que no se instruya a los alumnos en la enseñanza de cualquier religión. Los que desean el laicismo, entre los que me encuentro, no van en contra de ninguna religión. Respetan a todas y de hecho algunos de sus miembros son católicos practicantes. Lo que pretenden es que no se mezcle lo público con lo privado, que las religiones se enseñen en las iglesias, las mezquitas y cualquier centro religioso y no en los colegios. Es decir, que se cumpla aquella frase evangélica, «dar a Dios lo que es Dios y al César lo que es del César», que tanto nos cuesta admitir.

Me gustan las tradiciones, tanto las estrictamente populares como las que priman el aspecto religioso. Así me gusta la festividad de Minerva, donde, desde hace casi 500 años, junto al acto religioso, se obsequia a los asistentes con secos y mistela. También una celebración tradicional y centenaria, como lo es la Semana Santa en la que tantos saguntinos participan.

También añoro algunas tradiciones hoy casi olvidadas, como la de Sant Francesc en la que medio pueblo iba con sus carros y caballerías a la fiesta en el Convento de Santo Espiritu. También la de Sant Cristòfol en la que tanto disfrutábamos en la Glorieta. No sé si aún van los jóvenes a comerse la mona de pascua al Castillo. Una forma estupenda de celebrar la Pascua con nuestros amigos y sobretodo con nuestras amigas encargadas de llevar la merienda. La tradición decía:

Al Castell te´n pujaràs

I la Pasqua passaràs

Todas estas y muchas más es cierto que favorecen la identidad colectiva que nos permite sentirnos pertenecientes a un grupo que es nuestro pueblo pero siempre se han disfrutado en privado y no de la mano de un/a maestro/a como una clase práctica de religión.

Es mucho más y siempre bueno lo que podríamos decir de nuestras tradiciones, pero de ningún modo estoy de acuerdo en que se lleve a los alumnos en grupo a participar en ellas, ni a aprender en qué consisten para conocer bien su pueblo. Eso se aprende en la calle, en la familia, con los amigos y, si así se desea, en la clase de sociales. Enseñar esto en la clase de religión conduce a enseñar el aspecto religioso de la fiesta más que a la tradición en sí.

Por lo tanto, en mi opinión, vivan las tradiciones. Que no se pierdan tantas como se han perdido y que no se apropie de ellas la clase de religión por mucha relación que en su origen tengan, muchas veces de forma discutible, con el santoral.

Y, finalmente, quiero manifestar mi apoyo a Victoria García, coordinadora de Morvedre Laico, profesora de secundaria y miembro del Consejo Escolar, cuando sus hijas estaban en el colegio hasta que entraron en el instituto.