Algún día se darán cuenta nuestros políticos de la importancia que tiene en estos momentos los VO. Y no me refiero a los vehículos usados, que para ello ya se las apañan los profesionales en la materia y las ferias destinadas a venderlos, sino a la gran flota de unos 20.000 coches que disfrutan. No es que que queramos que a partir de ahora vayan todos en metro o en el transporte público, siempre habrá casos que lo justifiquen, pero de eso al desmadre que hay montado, va un abismo. Los abusos se pagan, y lo que comenzara en la época de esplendor de Eduardo Zaplana, que llegó a tener un Volvo y dos Audi blindados, hasta hoy que aún no han cambiado el chip, ha llovido mucho. La gente empieza a no ver con buenos ojos, con la que está cayendo, tanto coche con los cristales negros —que manía con que no los vean—, tantos conductores esperando a que tengan a bien salir sus señorías, o tanto espacio ocupado para aparcamientos bajo las letras VO(vehículo oficial). Pero si esto enerva por la prepotencia que desprende entre los normales, imagínense a que grado llegan cuando conocemos que no cumplen en muchas ocasiones las normas de tráfico, o lo que es peor, que no pagan las sanciones cuando alguien tiene la osadía de multarlos. Hace algún tiempo, el mismísimo director general de Tráfico, Pere Navarro, fue cazado con exceso de velocidad; lo mismo le ha pasado al presidente de Extremadura, argumentando que iba de un acto oficial a otro, y ahora, se ha sabido que el chófer de Carod Rovira alcanzó los 175 km/hora en noviembre pasado. ¿Cómo quieren ganarse el respeto de sus ciudadanos con estas actitudes tan despóticas? Con razón están cada día peor valorados. ¿No han llegado a pensar que su sueldo y demás gastos salen del esfuerzo de los que cumplen las normas, y si no son sancionados duramente?. Mucho me temo que tendrá que pasar tiempo para que en un futuro sean personas al servicio y no para servirse.