Tenía que ver el famoso auditorio, tan claro y macizo como un acantilado en Dover. Y la iglesia-fortaleza y la Divina Pastora.

Descubrí Teulada como tantos animalitos del ecosistema playero: buscando Moraira. El nombre no me parecía ni gallego, ni moro, ni todo lo contrario, y me sedujo, visto en el mapa, al primer impacto; sobre todo, porque había otra Teulada, en Cerdeña, y eso era cosa de cuando los peces del Mediterráneo llevaban en el lomo las cuatro barras de Aragón. Busqué un hostal, encajé en culo en una playita entre rocas y me mantuve en silencio una semana para curarme la disfonía. Lo logré porque todo era reminiscente, pura saudade, un parto al revés: introspección. Mientras tanto, corrían los pescaditos en las pozas de aguamarina, y en el acantilado que cerraba el mar por el norte, una torre cilíndrica me contaba historias de piratas berberiscos. Como en Xàbia, como en Benissa o Calp. Al cabo, me había vuelto eterno como todo lo que me rodeaba.

Aquí vivió y murió uno de mis escritores predilectos, Chester Himes, marinero en tierra, negro dos veces desterrado, fabulista de un Harlem donde hay conductores que circulan sin cabeza. Como cuidador de su gato, aparece en un modesto recordatorio junto al Castellet y la playa de l´Ampolla, hoy repleta de sombrillas como hongos de caleidoscopio. Pero hay más playas hacia el sur, y son muy buenas y enlazan con las de Benissa, que son igual de apetecibles.

En los primeros ochenta, el turismo era tan modesto que Teulada apenas había podido recuperar el censo de sesenta años atrás, cuando el secano ya no podía destilar ni una gota más para llenar el buche de los recién llegados al mundo entre volteos de campanas, refajos con puntillas, limpios moscateles y algún santo protector de los melones que bajaba de un cielo despiadadamente azul. Entonces, las cosas de comer sabían a supervivencia: sangatxo, penques, polp sec, pilotes de sang. Y era eso o la maleta de cartón. Pero, mira por dónde, aquí, lejos de las urbes, bajo su cielo intemporal, eclosionaría la cocina postinera de El Girasol, La Seu, La Sort€, y fuera de las grandes urbes. Hoy tiene casi tantos ingleses como Benidorm y algo menos de alemanes que hay en El Arenal. Y muchos hermanos de los Andes reconvertidos en albañiles y camareros.

Entre los pinos despeinados y magros siempre descubro alguna nueva urbanización, una colonia de chalets, un discreto chaparrón de ladrillo. Todo muy disimulado y razonable, se agradece. De la independencia de Moraira dejó de hablarse en cuanto sus promotores se hicieron con la alcaldía de Teulada, qué sedante es el presupuesto. Pero hay una Teulada que nunca cansa de tomates secos en ensalada y dinteles de piedra tosca y una dulzura más allá de los racimos.

€ Comer

Casa Antoniet

Junto a la playa de l´Ampolla, este local, ahora moderno, recoge el saber de dos generaciones de cocina marinera. Producto de la lonja local. Precios razonables. 35 euros/persona. Teléfono 965 744 016.

€ Dormir

La Sort

Moderno hotel en Moraira, situado en la zona del Castellet y l´Ampolla, de dimensiones muy manejables. Servicio atento. 150 euros, la doble. Teléfono 966 491 949.