Si pertenece a la amplia nómina de ciudadanos europeos desconcertados por la conducta política de nuestros compatriotas del este europeo, vayan al oeste de nuestro viejo Regne (que es el este de Castilla) y repitan el recorrido que les propongo. Aquí hay más cambios de mano, compensaciones y fronteras vueltas a definir cada cierto tiempo, que en Polonia o Ucrania. Menos traumáticos: aquellas grandes potencias emergentes (Castilla y Portugal) o renuentes (Aragón) tenían una tecnología dañina mucho más elemental. Pero la suerte de Almansa (preciosa ciudad, muy viva y comercial), de su corredor y el del Vinalopó, estaba echada. Están en medio de todo.

Hasta la batalla decisiva de austracistas y borbónicos fue a buscarles. Pero antes (desde los moros y los romanos) y después (Napoleón), cada invasor dejó allí las boñigas de sus caballos en forma de aspiración civilizadora.

Por eso, camino de Alpera, pasado Casas de Paterna (donde me encuentro una cabana de volta como las de la Valltorta y un nuevo negocio: plantaciones madereras), está la desviación al Castellar de Meca, impresionante baluarte ibero, difícil de visitar (sólo el domingo por la mañana. Tel. 655 803 004), que domina el boquete de Almansa y el paso de la costa al interior (y viceversa). En la cooperativa de Alpera pelan las almendras de la nueva cosecha. Compramos vino de Santa Cruz (una pequeña joya: el del año).

No menos ibera es Caudete (Cabdet), que fue jefatura de tribu ibera (vinos y escultura sofisticada) y más tiempo valenciana que castellana, pero que fue castigada por apoyar a los Austrias. Cabdet tiene un instituto dedicado a Gloria Fuertes. Celebran en ese momento moros y cristianos, que es el elemento unitivo entre un lado y otro de la raya, que, felizmente, ya no es frontera. Junto a los gazpachos, gachamigas, paellas de conejo y cosas así.

Y la divina vid. Uva de vinificación y de mesa. El corredor de Almansa tiene el viñal más compacto de garnacha tintorera: se adentra en territorio de Ayora, del mismo modo que el bobal de la Manchuela chafa el término de Cofrentes.

Pero nosotros seguimos más allá del formidable castillo de Sax, de Villena y Elda (que tendrán capitulo propio), y de vuelta a casa entramos en La Encina, que es lo que se llama «aldea ferroviaria pura», con unos 150 habitantes. O sea, un poblado creado por el ferrocarril, estamos en el far west valenciano: territorio de frontera. Almansa ya estaba unida por tren con Madrid y Alicante a mediados del XIX. Los elementos ferroviarios de La Encina son más bien arqueológicos pero se esparcen a lo largo de un precioso paseo y frente a una estación muy bonita, y conserva las casas de los empleados del ferrocarril. Casas terreras y bonitas, pintadas al amor del capricho y de una solidez que hallan de más los cretinos.