Forma parte del bloque de las modestas películas germanas, con una estructura propia de telefilm, que rara vez atraviesan las fronteras de su país y especialmente en el caso de una comedia como ésta que se apoya en recursos como la casualidad harto reiterados en la pantalla. Primer largometraje de la directora Sigrid Hoerner, consigue en ocasiones desatar el humor del auditorio, pero en pequeña escala y sin sobrepasar nunca unos niveles de imaginación y de frescura limitados. Lo más relevante, sin duda, es que defiende la actividad del individuo más allá de los topes propios de la jubilación, reivindicando una vida sexual activa que está lejos de apagarse. Una interpretación solvente que recurre también a la exageración de los planteamientos, permite que la hora y media reglamentaria no derive al aburrimiento.

El personaje determinante es una mujer, Louise, que acaba de ver aprobada una jubilación con la que no contaba a sus 60 años y que decide, a semejante edad, ser madre por vez primera. Para ello se aprovecha de sus propios óvulos, que conservaba congelados desde hace años, aun- que sigue precisando del consiguiente esperma masculino. En semejante coyuntura, provocada por su soledad, se cruza en su camino un hombre de la misma edad, Frans, profesional del mundo del arte, que mantiene una intensa relación sexual con una joven de 27.

Es una situación, sin embargo, sin futuro y abocada de inmediato al fracaso que abre paso al previsible romance entre los dos adultos maduros. Lo más sorprendente, con todo, es que el donante del esperma que ha de convertirla en madre no es otro que el hijo de Frans, un periodista llamado Max. Cosas que se adivinaban previamente y que no siempre tienen la eficacia deseada, fruto de lo cual son los diversos altibajos que se producen a lo largo del metraje, aunque tampoco hay por qué ensañarse en una cinta, a la postre, relativamente entretenida.