Es una apuesta difícil y arriesgada, complicada en un país en el que este tipo de cine tan personal y contracorriente es casi un suicidio. Sin embargo, tiene motivos y méritos para interesar a un tipo de espectador que no tendría que ser minoritario.

Es cierto que no es todo lo madura que sería de desear, pero sus virtudes en el plano de la sintaxis y de la recreación de los dos personajes protagonistas, que además son mujeres, son ostensibles y dicen mucho de las progresivas cualidades de Ramón Salazar.

Valorando esos factores y teniendo en cuenta que no hacía cine desde que rodó en 2013 '10.000 noches en ninguna parte', hay que elogiar como se debe a un autor con notorios recursos y amplias perspectivas de futuro. Si algo está claro es que Salazar ha superado, desde que debutó en 2002 con 'Piedras', buena parte de sus errores de "juventud", afianzando un trabajo cada vez más depurado en el que se incluye, asimismo, '20 centímetros', realizada en 2005.

También son indiscutibles sus mejoras en la dirección de actores y el tono poético que desprende su obra, sobre todo su última película. Con una estética puede que demasiado rebuscada, pero con logros que saltan a la vista. Con estos soportes nos encontramos con las dos protagonistas, Anabel y Chiara, y con una historia de alta intensidad dramática que va entrando paulatinamente en el ánimo del público.

Anabel es una mujer madura entregada a fines humanitarios que esconde en su interior un pasado terrible, que sigue activo desde hace 35 años. Fue el fatídico día en que, por decisión propia, abandonó a su hija de ocho años, que la vio irse por la ventana sin imaginar que no iba a volver.

El destino y la casualidad, aunque Chiara no ha dejado de buscarla nunca, las reunirán de nuevo cuando Anabel la descubre entre el personal que ha contratado para uno de sus actos caritativos. Es en ese momento cuando Chiara exige a su madre, que no puede negárselo, que se vaya con ella al hogar familiar, en un valle francés fronterizo con España, durante diez días, en un intento por recuperar un pasado amargo y cruel.

Es la ocasión para sembrar las imágenes de sensibilidad y de pasión, pero también de episodios no exentos de violencia y brotes de venganza. Lo efectúa con propiedad y clase, y a veces con cierta premiosidad, que es la presencia no invitada.